domingo, 10 de abril de 2011

Algunas estampas iconógraficas en libros y revistas canarios



ALGUNAS ESTAMPAS ICONOGRÁFICAS EN LIBROS Y REVISTAS CANARIOS
por
Carlos Gaviño de Franchy

Juan de Iriarte por
Antonio de Espinosa 1771 (1 y 2) . Manuel Salvador Carmona 1771 (3 y 4). Maella y Carmona. 1774 (5)
    En un estudio publicado recientemente [1] considerábamos como las primeras y más antiguas en la serie de imágenes iconográficas que ilustran la bibliografía canaria, aquellas que fueron dibujadas en los diversos manuscritos del Libro del Conosçimento, una especie de Geografía Universal que reunía cuanto se sabía del mundo conocido en la Edad Media, obra anónima, debida quizás a un monje español que trabajó en ella entre 1344 y 1351. Se trata de la representación de seres monstruosos, que supuestamente habitaban en el misterioso archipiélago de las islas de la Fortuna, lastrados con una notoria presencia de la estética renacentista. El aspecto de algunos de estos fenómenos de la naturaleza, particularmente el monópoda o sciápoda, que poseía una sola pierna, como su nombre indica, o aquel otro descabezado, cuyo rostro aparece emergiendo del pecho, vuelve a aparecer en las cenefas miniadas del Libro de Horas de la Biblioteca de la Universidad de La Laguna, donación del obispo don Antonio Tavira y Almazán [1791-1796], sin que de momento nos atrevamos a hacer conjetura alguna sobre el posible origen de esta magnífica pieza de taller francoflamenco y su posible relación con la casa de Béthencourt. Estas imágenes dieron origen a innumerables versiones estampadas por medio de xilografías y planchas de cobre.

Anónimo:
Bartolomé Cairasco de Figueroa. 1600

    Situábamos también entre las primeras representaciones del aspecto físico de un canario, el retrato de El hombre velludo de Canarias y su familia, lámina grabada para la Historia Natural que Georg Hoefnagel había compuesto para la majestad del emperador Carlos V, en fecha próxima a 1580. Aquí resultaba imposible la duda: Nací en Tenerife -dice una cartela enfrentada a los retratos- con el cuerpo cubierto de pelo recio, un portento de la naturaleza. Francia fue mi segunda madre y me crió desde la infancia hasta llegar a la madurez; me enseñó las artes liberales, la lengua latina y cómo dejar a un lado las costumbres salvajes. Con la ayuda de los dioses tuve una esposa de notable belleza, así como hijos distinguidos para bendecir nuestra unión. En esta prole pueden apreciarse los dones de la naturaleza, ya que algunos de los hijos salieron en belleza a su madre, mientras que otros están cubiertos de pelos y salieron a su padre. El portento se llamaba Pedro González.

Francisco Pacheco:
Gonzalo Argote de Molina. 1599


     Citábamos también el grabado debido al buril del belga Teodoro de Bry [1528-1598] representando a los naturales de la Isla del Hierro en el acto de recoger el agua que manaba del mítico garoé, inserto en el Tesauro de los Viajes a las Indias Occidentales, estampa que produjo innumerables secuelas a lo largo de los siglos, así como los deliciosos dibujos coloreados con supuestos retratos de isleños, debidos a Leonardo Torriani, quien, por las fechas de su estancia en el archipiélago, no pudo conocer más que a sus descendientes, si es que quedaba alguno que no hubiera mezclado su linaje con el de los conquistadores y pobladores. En cualquier caso, la belleza de estas ilustraciones, ha sido causa de que hayan prosperado notablemente y hoy forman parte de nuestra memoria colectiva, asociadas a la imagen de los primitivos pobladores de las islas.

    Deteniéndonos en esta serie de láminas que muestran retratos relacionados con Canarias y llegados ya al siglo XVII, mencionaremos dos dibujos con los retratos del provincial Gonzalo Argote de Molina [1548-1596], obras de Francisco Pacheco [1564-1654] y Matías de Arteaga [h. 1630-1703] [2]; las xilografías que representan, de busto, a Bartolomé Cairasco de Figueroa [1538-1610] [3]; el grabado con el retrato de cuerpo entero de Antonio de Viana [1578-...1650] [4] postrado a los pies de sus mecenas los Guerra, y los grabados al buril con las efigies de Jean V de Béthencourt y el padre José de Anchieta [1534-1597], obras, el primero de Baltasar Moncornet [h. 1600-1668 ][5], quien lo abrió en 1630, y el segundo del orfebre andaluz Juan Laureano, estampado para ser incluido en el Compendio de la vida de el apóstol del Brasil, de Baltasar de Anchieta Cabrera Sanmartín [1662-1678], libro que fue impreso en 1677. Son imágenes, todas ellas, que constituyen nuestro escaso patrimonio iconográfico y que sirvieron, posteriormente, para excitar la imaginación de los artistas románticos.

Miguel Rodríguez Bermejo:
Fray Juan de Jesús. 1771
    Durante el siglo XVIII proliferan las veras efigies y los retratos de religiosos que habían alcanzado cierta notoriedad. Habría que destacar un número elevado de láminas con las facciones más o menos fidedignas del venerable padre Anchieta y del beato Pedro de San José de Béthencourt [1626-1667], realizadas en Sevilla, Italia, Guatemala y Brasil; las de Sor María de Jesús [1643-1731], Fray Juan de Jesús [1615-1687], Sor María de San Antonio [1665-1741] y Sor Petronila de San Esteban [1676-1758], en las que, a pesar de haber sido estampadas en Sevilla, encontramos la mano de artistas locales, como es el caso de la que representa difunta a la Sierva de Dios enclaustrada en el convento lagunero de las catalinas, cuyo dibujo se debe al capitán don José Rodríguez de la Oliva [1695-1777], o la que puede ser considerada una réplica de esta, y muestra a Sor María de San Antonio, obra del artista portuense José Thomás Pablo [h.1718-1778].

    Si bien muchos de estos grabados, principalmente los que reproducen veras efigies, cuando representaban imágenes de culto, era frecuente que acompañaran pliegos impresos de oraciones, para algunos de los otros tendríamos que considerar un uso decorativo, enmarcados con vidrio y madera, lo que ha ocasionado que se hayan perdido en su mayoría, dada la fragilidad del soporte. De tiradas que, sabemos, se hicieron millares de ejemplares, apenas queda uno o dos, como rarísima muestra, en la actualidad.

    Tiene que transcurrir el siglo XVIII para que comiencen a ser frecuentes los retratos civiles de intelectuales y políticos, exornando sus obras, relaciones de méritos y libros publicados gracias a su munificencia. Casi todos ellos pertenecen a los miembros del llamado grupo de ilustrados canarios o a personajes cercanos a su órbita de influencia. La calidad de algunos de estos grabados es notable. Son planchas talladas por los mejores artífices de la Corte, realizadas a partir de dibujos de pintores de reconocido prestigio. Entre los primeros habría que destacar a Manuel Salvador Carmona [1734-1820], Blas Ametller [1768-1841], Vicente Capilla [1767-...1817], Asensio y Torres [1759-1835], Francisco de Paula Martí [1762-...1800], Edme Quenedey [1756-1830] o Isidro Carnicero [1736-1804]. De los segundos a Francisco de Goya [1746-1828], Joaquín Inza o Mariano Salvador Maella [1739-1819]. Es un momento de esplendor de la inteligencia canaria y, finalmente, tras una larga sequía, llueven sobre las islas libros bien impresos con los retratos de los Iriarte, don José de Viera y Clavijo, el marqués de Bajamar...

    La centuria decimonovena cuenta con la presencia de algunas figuras esenciales a la hora de la recuperación del patrimonio iconográfico canario. De todas ellas conviene destacar, en primer lugar, la personalidad del prebendado don Antonio Pereira Pacheco y Ruiz, personaje en extremo curioso, parte de cuya obra, especialmente la relativa a su etapa americana, se encuentra aún sin divulgar entre el público canario, sin tener en cuenta la que permanece en paradero desconocido en las islas. Entre estas últimas figura una, imprescindible para nuestro trabajo, titulada Retratos de Canarios Ilustres, con sus biografías.


Antonio Pereira Pacheco y Ruíz: José de Osavarry. Ca. 1806-1809

    El lagunero don Antonio Pereira Pacheco y Ruiz [1790-1858] fue discípulo del pintor José de Ossavarry en un período de tiempo que iría de 1806 a 1809, época en la que vivió en Las Palmas de Gran Canaria, antes de partir hacia el Perú, en calidad de familiar del obispo don Luis de la Encina y Perla. Como ya hemos advertido, su obra se encuentra dispersa en multitud de colecciones públicas y privadas, cuando no en ignorado paradero.
    En el fondo documental que formó don Anselmo J. Benítez, que en la actualidad se guarda en la Biblioteca Municipal de Santa Cruz de Tenerife, se conservan retratos y bocetos preparatorios que, suponemos, sirvieron para la confección de la mencionada obra. Entre ellos hemos descubierto dos bocetos idénticos, uno de línea y otro a la grisalla, que representan a un pintor de edad madura, con los útiles de su noble oficio en las manos, que creemos deben ser identificados ambos con la efigie de su maestro Ossavarry.
    Otros retratos, hasta ahora inéditos, nos muestran las facciones del presbítero don José Román Roche y de don Pedro Verdugo y Alviturría [1755-1812]. El primero de ellos, una miniatura circular con el rostro del que fuera su compañero en la parroquia de Tegueste, está tomado del natural. El de Verdugo, es un boceto muy poco afortunado, realizado a partir del espléndido retrato, obra de don Luis de la Cruz y Ríos [1776-1853], que poseen sus descendientes.

    Parte de la Colección Benítez está integrada por restos de los materiales de trabajo usados por don Patricio Estévanez para la confección de la galería de retratos de canarios ilustres que se fue estampando, bajo su cuidado, en las páginas de La Ilustración de Canarias, toda vez que el periódico se tiraba en la imprenta del expresado don Anselmo J. Benítez, y en ella debieron quedar estas pruebas a las que nadie daría valor, salvo el curioso impresor. Entre estos documentos gráficos hemos encontrado valiosísima información que nos permite corregir y ampliar nuestro trabajo sobre Ernesto Meléndez Cabrera [1856-1891], otro de los pilares de la labor de recuperación de la iconografía isleña, a pesar de lo breve de su existencia.

Gumersindo Robayna y Lazo:
Teobaldo Power y Lugo-Viña. Ca. 1887
    Cuando nos interesamos por la biografía de este pintor y grabador [6], había quedado fuera de nuestro alcance uno de los álbumes de Benítez en el que, precisamente, se guardan encolados, dibujos, fotografías y pruebas de artista, que afectan a varios de los grabados en madera impresos en La Ilustración. Se conservan estampados en buen papel, pruebas de los siguientes grabados: retratos de Teobaldo Power [1848-1884], José Desiré Dugour [1816-1875], Domingo de Nava [1740-1812], José de Viera y Clavijo [1731-1813], Juan [1702-1771], Bernardo [1735-1814], Domingo [1739-1795] y Tomás de Iriarte [1750-1791], Antonio Porlier [1722-1813], José Clavijo y Fajardo [1726-1806], Alonso de Nava-Grimón [1756-1832], Cristóbal Bencomo [1758-1835] y Pedro Agustín del Castillo [1669-1741].

    Todo parece indicar que algunos de los dibujos preparatorios corrieron a cargo de Meléndez, puesto que se conserva, firmado, el retrato de don Juan de Iriarte, tomado del conocido grabado de Manuel Salvador Carmona quien, a su vez, utilizó un boceto de Mariano Salvador Maella, estampa que se encuentra inserta también en el citado álbum. Este retrato es la única obra sobre papel, debida al lápiz de Meléndez, que conocemos.





Pedro Agustín del Castillo Ruiz de Vergara:
Autorretrato
     Meléndez debió realizar el dibujo que serviría para grabar la efigie de don Pedro Agustín del Castillo a partir de otro firmado con las iniciales J. C. W. que no pueden corresponder a otra persona que a don Juan del Castillo Westerling [1831-1900], miembro de la casa condal de la Vega Grande, propietaria del retrato original, pintor aficionado que, al parecer, fue alumno de uno de los Madrazo, quien en nota aclaratoria al boceto especifica: Don Pedro Agustín del Castillo (Advertencia al grabador). Este retrato esta copiado de uno al óleo y está descolorido, sobre todo la ropa. Convendrá imitar un traje de color oscuro. Lo demás se deja al gusto del artista. La posición de la cabeza parece un poco violenta por que el retrato está tomado al espejo por el mismo retratado. Se suplica la devolución del original. Cosa que por suerte, no se hizo. Al pie del retrato explica don Juan: Tomado de una muy buen miniatura al óleo ejecutada por el mismo Señor. Lleva fecha de 1882. Esta declaración nos sitúa ante uno de los primeros autorretratos realizados en Canarias.


Juan del Castillo Westerling:
Pedro Agustín del Castillo. 1882








    El hecho de conservarse este dibujo parece confirmar que el que se envió a Madrid, al grabador Masí, para que labrara la madera, era obra de Meléndez, ya que rara vez los originales eran devueltos, a excepción del de don Juan de Iriarte, antes citado, si es que éste aludido no es un duplicado.


    El interés de don Patricio Estévanez y Murphy [1850-1926] por la creación de una Galería de Retratos de Canarios Ilustres fue más allá del propósito logrado con la publicación de las biografías y los grabados que aparecieron en La Ilustración. En carta a Luis Maffiotte [1826-1937], de fecha 8 de julio de 1887, le adjunta una relación de los retratos que posee el Gabinete Instructivo y que, con toda seguridad, debieron hacerse a instancia suya, a pesar que el resultado no debió satisfacer a nuestro exigente periodista, quien se expresa, refiriéndose a ellos en los siguientes términos: Por lo demás los retratos, como retratos, según decía, son unos excelentes mamarrachos. La lista, con aclaraciones para que Maffiotte los pudiera reconocer, es la siguiente:

D. Juan Iriarte, Viera (abate), Ruiz Padrón (manteo), Power, Berthelot y Clavijo y Fajardo, por D. Gumersindo Robayna.
Pinto, Marqués de la Florida, Bello y Espinosa y Marrero y Torres (éste tomado del original, muerto) por D. José L. Bello.
D. Tomás Iriarte, por D. Cirilo Truilhé.
D. Agustín Béthencourt y Molina, por D. Marcos Baeza.
D. Alonso de Nava Grimón, por D. Jorge de Cámara.
Campitos (hecho en la Habana).
D. Zunilda, no hay que hablar.
Los trajes son de la época respectiva lo que no te ofrecerá gran dificultad. Canelo el de D. J. Iriarte, violado el de D. T. Iriarte, gris el de C. Fajardo, blanco el de Nava, uniforme de General ruso el de Bethencourt, y clérigos Viera, Ruiz Padrón.
Está también la fotografía de Galdós.[7]

    Es ésta pues la galería con que contaba el Gabinete Instructivo -que luego se denominó Ateneo de Tenerife- en la fecha indicada. De todos ellos se conservan los de don Juan de Iriarte y Teobaldo Power, obra de Robayna, en la pinacoteca del Cabildo de Tenerife, depositado el segundo en el Conservatorio Superior de Música de Santa Cruz de Tenerife. El de don Alonso de Nava, también propiedad del Cabildo, aparece aquí atribuido a don Jorge de Cámara quien, efectivamente, lo donó al Gabinete. No sabemos si el hecho de figurar el nombre del donante en la tela confundiría a don Patricio sobre la autoría del retrato, que guarda una extrema similitud con el de don Juan de Iriarte y el de Power, al estar los tres incluidos en un óvalo semejante y realizados con idéntica técnica.

    El retrato de don Agustín de Betancourt, de Marcos Baeza y Carrillo [1858-1914], es propiedad actualmente del Museo Municipal de Santa Cruz de Tenerife. El resto de la colección se encuentra en paradero desconocido.

    En la línea en que había sido precursor Leonardo Torriani [1560-1628], retratando a los descendientes de los primitivos habitantes del archipiélago, habría que situar las dos litografías que nos muestran a dos tipos vivientes, uno de palmero y de canario el otro, que ilustran la primera parte del tomo primero de la Etnografía y anales de la conquista, de Webb y Berthelot, publicado en 1842. Las estampas se hicieron a partir de sendos daguerrotipos y han sido estudiadas por el profesor don Carmelo Vega de la Rosa [8].

 José Vallejo y Galeazo:
Victorina Bridouxy Mazzini. 1863

    Insertos en dos antologías poéticas, ediciones de carácter necrológico, de mediados del novecientos, se encuentran los retratos litografiados de Manuel Marrero y Torres [1823-1856] y Victorina Bridoux y Mazzini de Domínguez [1835-1862]. El primero de estos libros, cuya portada reza: Poesías del malogrado joven don Manuel Marrero y Torres. 1855. Santa Cruz de Tenerife. Imprenta y Librería Isleña, a cargo de Manuel Savoie, cuenta con un retrato del poeta. Un desconocido dibujo original, que podría deberse a José Lorenzo Bello y Espinosa [1825-1890], o a Pedro Tarquis de Soria [1849-1940], sirvió como boceto para el retrato estampado en la Litografía Viale de Marsella, ese mismo año. El segundo, labor artística de mayor envergadura, ilustra el primero de los dos tomos colecticios que bajo el título de Lágrimas y Flores, publicó don Gregorio Domínguez de Castro tras la muerte durante la epidemia de fiebre amarilla que diezmó la población de Santa Cruz de Tenerife en 1862, de su esposa, la poetisa Victorina Bridoux. Ambos tomos fueron impresos en 1863, en el taller de don Salvador Vidal de dicha ciudad [9].
    La litografía es obra de José Vallejo y Galeazzo [1821-1882], pintor y grabador malagueño, establecido en la Corte, donde alcanzó una reputada posición dentro del gremio de las artes gráficas [10]. A Vallejo debemos también los retratos de medio cuerpo de algunas otras personalidades de la política y la cultura canarias, entre ellos, los de don Feliciano Pérez Zamora [1819-1900], don Juan Moriarty [1805-1881], don Gumersindo Fernández de Moratín [1790-1860] y don Camilo Benítez de Lugo y Medranda [1824-1873], que ilustraban la obra iconográfica Cortes Constituyentes. Galería de representantes del pueblo. 1854.

    Ya citados los casos de Torriani y Webb-Berthelot, es preciso señalar que, un elevado número de viajeros que visitaron las islas y dejaron escritas sus impresiones sobre ellas, recurrían frecuentemente, en época prefotográfica, a la ilustración de estos textos con dibujos y acuarelas que, ocasionalmente, fueron transformados en litografías y grabados. Las particularidades del paisaje isleño eran, sin duda, su objetivo primordial, pero como nota de color era habitual encontrar retratos, cuanto más pintorescos mejor, de los habitantes del archipiélago, siempre abundando en la superchería de que se trataba de especimenes vivientes, restos de las desaparecidas etnias que habitaban las islas, particularmente, de la raza guanche. Esto ocasionó posteriormente, a finales del siglo diecinueve y comienzos del veinte que el retrato, en tarjetas postales, de cualquier pordiosero, miserablemente trajeado, cuando no semidesnudo, fuera vendido como habitante de las islas Canarias.
    El británico Alfred Diston [1793-1861] realizó multitud de acuarelas de intencionado contenido folclórico, que han servido, a la postre, para fijar la indumentaria usada por los canarios durante el siglo XIX, perfectamente clasificada por clases sociales, gremios y oficios. Algunos de estos preciosos tipos, se editaron en Inglaterra y Alemania, continuando una moda gráfica que en España tenía el espléndido antecedente de aquellos otros figurines que grabara en el siglo anterior don Juan de la Cruz Cano y Olmedilla [1734-1790], en ocho cuadernos conteniendo doce estampas cada uno, que fueron apareciendo a partir de 1777 y que representaban idénticos motivos. Estas colecciones de tipos locales fueron frecuentes en Europa y, en ocasiones, estaban dedicadas a las costumbres de los habitantes de las más lejanas y exóticas latitudes. De su hija, la también pintora Soledad Diston Orea [1837-?], autora de una larga serie de retratos a la acuarela, queda por hacer un trabajo monográfico en el que se recoja el catálogo razonado de su obra.

 Labradora de Tenerife y Canario de la Gran Canaria
por Juan de la Cruz Cano y Olmedilla. 1777
    Tras la introducción en Canarias de la ilustración gráfica en la prensa, por obra y gracia de los primeros grabados en madera aparecidos en 1847, empresa ésta de la que fue impulsor entusiasta don Pedro Mariano Ramírez y Atenza [1799-1866], se abre una posibilidad de pública difusión a la labor de los dibujantes canarios, entre los que comienzan a tener un nombre el ya citado Ernesto Meléndez, Francisco de Aguilar [1822-1905], Eduardo Rodríguez Núñez [1857-1899] Felipe Verdugo y Bartlet [1860-1895] y, posteriormente, Diego Crosa y Costa [1869-1942], conocido popularmente como Crosita, el más joven de todos ellos.

    Diego Crosa abandonó pronto los estudios académicos, desencantado con la negativa del ayuntamiento de su ciudad natal a sufragarlos, por medio de una beca, allí donde sus dotes naturales y la opinión de los expertos, aconsejaban que fuera enviado a ampliar sus conocimientos. Su formación artística procedía pues, del aprendizaje autodidacto, de la copia constante y nerviosa de los modelos que le ofrecía la vida misma y que él llamaba, estudios del natural.

    El grueso de su obra está compuesto por innumerables paisajes a la acuarela, en paradero ignorado la mayor parte de ellos, debido a que sus compradores eran frecuentemente extranjeros pudientes, invalids ingleses o turistas europeos, que pretendían llevarse como recuerdo algo más que unas tarjetas postales. Se trata de una versión ligera y transportable de las vedutti venecianas o napolitanas. En sus Confesiones e intimidades [11], Crosa describe en una ácida y divertida anécdota, lo ocurrido en el Hotel Taoro del Puerto de la Cruz a Eliseu Meifrén, a quien se había ofrecido a acompañar en una estancia de venta de obras. Los británicos no dudaron en comprar los papeles, desdeñando las telas del catalán.

    Pero nos interesa señalar aquí la faceta de Diego Crosa como dibujante, y la posterior divulgación de sus trabajos, por medio de las artes gráficas, en periódicos, revistas y libros.

    La Biblioteca Canaria que dirigía Leoncio Rodríguez [1881-1955], editó en 1930 una carpeta con sus Rincones de Tenerife, Dibujos del natural, compuesta por veintisiete láminas, un prodigio de exquisitez, de gracia aristocrática y de perfección artística, según el periódico La Prensa, del 11 de febrero de aquel año.

    Ya desde la década de 1880 tenemos pruebas de la maestría como dibujante de quien fuera también, en otra de las múltiples facetas artísticas de su personalidad, celebradísimo poeta popular, realizando colaboraciones para periódicos y revistas locales. En el tantas veces citado Fondo Anselmo J. Benítez, se conservan dos series de secuencias encadenadas, realizadas a la tinta china, la primera de las cuales lleva fecha de 26 de octubre de 1888 y por título: Paseantes laguneros. Consta de seis planas y cada una de ellas se compone de varias viñetas. Son escenas humorísticas, que hacen hincapié en una visión tópica de los habitantes de la vieja ciudad universitaria y episcopal, con alusiones a la abundancia de clérigos, a la presencia desenfadada de los estudiantes y sus constantes trifulcas callejeras, a las comadres santurronas y los campesinos mantuanos, sin olvidar el frío y la humedad, que habían hecho afirmar a Viera y Clavijo, una centuria antes, que en La Laguna, hasta las ranas padecen reuma.
Ilustran las escenas los tipos frecuentes en las calles laguneras: el pretendiente, los exploradores ingleses, un abogado y un petimetre, mezclados entre glotones, amas viejas y jóvenes muchachas del servicio.






Paseantes laguneros. 1888. Diego Crosa y Costa

    El otro grupo de láminas, incluye asimismo seis dibujos, todos ellos bajo el epígrafe: Para La Laguna¡ Fechados en 1891, nos recuerdan la costumbre de la burguesía santacrucera de pasar los meses de la canícula en la vecina ciudad, hábito que conocimos en nuestra infancia y al que se denominaba veraneo. En las fechas en que Crosita hizo los dibujos aún no se había inaugurado el tranvía [12]. Escaseaban los coches particulares, por lo que había que recurrir a los del servicio público, propiedad del Sr. Buenafuente, e incluso a la escapada nocturna a pie, para los menos favorecidos por la fortuna. El resto de las viñetas tienen como motivo central una corrida de toros y describen las curiosas reacciones de los asistentes a la misma en la plaza de madera situada en las inmediaciones de la actual calle de Pablo Iglesias.

Para La Laguna! 1891. Toros en La Laguna. 1891
Diego Crosa y Costa
    Ambas series de dibujos tienen mucho en común con los contenidos en el álbum De Las Palmas a Fuerteventura, obra de Felipe Verdugo y Bartlett [1860-1895], que han sido recientemente estudiados por la profesora María de los Reyes Hernández Socorro y que llevan fecha de 6 de noviembre de 1887 [13].

    Diego Crosa sería, con el tiempo, una de las piezas clave en la gestión de la revista ilustrada Gente Nueva, a la que llegó a dirigir. Surgió en 1899 gracias al empuje de los nuevos, los entonces jóvenes Benito Pérez Armas [1871-1937] y Manuel Delgado Barreto [1878-1936], a cuyo cargo también estuvo en diferentes momentos de su corta existencia, que se prolongó hasta 1901. Gente Nueve tomaba el testigo dejado por don Patricio Estévanez en La Ilustración de Canarias y dedicó buena parte de su interés a la publicación de caricaturas y retratos de canarios ilustres, que aparecían acompañados por sus respectivas biografías. En esta labor, en la que también colaboró don Patricio, resultaron imprescindibles los dibujos de Crosa. En carta sin fecha, pero que suponemos próxima al mes de agosto de 1901, en que apareció el último número -el 83- de la revista, le escribe Diego Crosa a su amigo el impresor don Anselmo J. Benítez: [...] "Gente Nueva" agoniza y su médico de cabecera, Benito Pérez, no da esperanzas de salvación. Yo, que no paso de ser con mis dibujos, un simple Arado, no puedo salvarla. Hace algunos números que vengo aplicándole sanguijuelas y más sanguijuelas, y nada, la paciente, que sufre una anemia cerebral espantosa (y digo cerebral, por la falta de artículos literarios) se ve ya influida por una pobreza de sangre horrible (carencia de material) y todos los medios de que la ciencia dispone son insuficientes a su curación. Después de todo casi me alegro del desenlace de la enfermedad, pues era una paciente que no pagaba ni a tostón las visitas.
Tu que las has cuidado y atendido en tu clínica (léase imprenta) sentirás tanto como yo su muerte. [...] [14]

    Gente Nueva, la última de las revistas ilustradas del siglo diecinueve en Canarias, daría paso a aquellas otras, que en la centuria siguiente, alcanzarían una posición inmejorable en el contexto europeo de las artes gráficas y de las que es, sin duda, muestra ejemplar, gaceta de arte.


NOTAS
[1] Gaviño de Franchy, Carlos: "El retrato y las artes graficas en Canarias", en Arte en Canarias. Siglos XV-XIX. Una mirada retrospectiva. Consejería de Educación, Cultura y Deportes. Gobierno de Canarias. Madrid. 2001.
[2] Pacheco, Francisco: Libro de Descripción de Verdaderos Retratos de Ilustres y Memorables Varones. Edición e introducción de Pedro M. Piñero Ramírez y Rogelio Reyes Cano. Excma. Diputación Provincial de Sevilla. Sevilla. 1985. Vide, también, Argote de Molina, Gonzalo: Elogios de los conquistadores de Sevilla. Introducción de Manuel González Jiménez. Colección Clásicos Sevillanos. Excmo. Ayuntamiento de Sevilla. Sevilla. 1998.
[3] Cairasco de Figueroa: Bartolomé. Templo Militante. Tercera Parte. Madrid. 1609.
[4] Viana, Antonio de: Antigüedades de las Islas Afortunadas. Prefacio de María Rosa Alonso. Edición facsímil de la de 1604. San Cristóbal de La Laguna. 1996.
[5] Bergeron, Pierre: Histoire de la premiere descoverte et conqueste des Canaries. París.1630
[6] Meléndez, Ernesto: Gabinete de Retratos de Canarios Ilustres. Edición e introducción de Carlos Gaviño de Franchy. Cabildo de Gran Canaria-Gobierno de Canarias. Las Palmas de Gran Canaria.1998.
[7] Estévanez, Patricio: Cartas a Luis Maffiotte. Edición, estudio y notas por Marcos Guimerá Peraza. Aula de Cultura de Tenerife-Instituto de Estudios Canarios. Madrid. 1976.
[8] Vega, Carmelo: La isla mirada. Tenerife y la fotografía (1839-1939). Centro de Fotografía "Isla de Tenerife". Cabildo de Tenerife. Santa Cruz de Tenerife. 1995.
[9] Alonso, María Rosa: En Tenerife, una poetisa. Victorina Bridoux y Mazzini. 1835-1862. Biblioteca Capitalina I. Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife. Madrid. 2001.
[10] Gaviño de Franchy, Carlos: op. cit. Tomo II, pp. 380-381.
[11] Crosa y Costa, Diego: Confesiones e intimidades. Poetas isleños. Biblioteca Canaria. Santa Cruz de Tenerife. 1950.
[12] La primera prueba del tranvía tuvo lugar el 9 de febrero de 1901 y a ella asistió don Patricio Estévanez y Murphy. Vide, Estévanez, Patricio: op. cit. p.108.
(13] Hernández Socorro, María de los Reyes: "Álbum de dibujos De las Palmas a Fuerteventura" en Arte en Canarias. Siglos XV-XIX. Una mirada retrospectiva. Tomo II pp. 224-235. Consejería de Educación, Cultura y Deportes. Gobierno de Canarias. Madrid. 2001.

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