miércoles, 8 de junio de 2011

Cesarina Bento Montesino

Cesarina Bento Montesino
por
José Antonio Cebrián Latasa
Carlos Gaviño de Franchy
Anónimo: Cesarina Bento Montesino




            La obra poética de Cesarina Bento, citada en su conjunto con frecuencia por los estudiosos de la literatura canaria, permanece oculta. Gran parte de ella se ha perdido. El resto, ha sido injustamente olvidado.

            En realidad, tan sólo el largo poema “El asesino condenado a muerte”, publicado por Elías Mujica García en Poetas canarios. Colección de escogidas poesías de autores que han florecido en estas islas en el presente siglo. Santa Cruz de Tenerife 1878, se encuentra al alcance de los lectores interesados en nuestros poetas románticos.

            Cesarina Bento nació en Agulo, La Gomera, el 29 de enero de 1844, hija de don José Ramón Bento y Peraza de Ayala y de su mujer, doña Josefa Montesino Carrillo, que habían casado en el mismo pueblo el 17 de noviembre de 1832. Ambos pertenecían a las clases dominantes de la isla.

R. Hernández: La familia Bento Montesino retratada en Cádiz
             Los Bento descendían, según el cronista don Luis Fernández Pérez,  de Juan de Maya y de su esposa María de Espinal, de quienes fue hijo Francisco Hernández Maya, que contrajo matrimonio en San Sebastián de la Gomera, en 1623, con María Francisca Bento, hija del capitán Marcos Bento y de su mujer Ana Francisca. Este matrimonio se avecindó en Chipude, pueblo en el que nació  Gonzalo Hernández Bento, regidor de la isla y esposo, desde 1653, de María de Amas Vera, hija del capitán Manuel de Armas y de María de Vera y tuvieron por hijo a Francisco Bento que, en 1690, casó en el Valle de Hermigua con Cristina Manrique de Lara, hija de Juan de Mendoza Hurtado y de Bernarda Manrique de Lara.

             Francisco y Cristina fueron padres de Juan Bento, vecino de Hermigua, casado en 1721 con Josefa de Mora, hija del ayudante de milicias Tomás de Mora Melián  y de Inés de Guía de la Trinidad. Un hijo de éstos, Antonio de Armas Bento, casó en Hermigua, en 1747, con Francisca Manrique de Lara y Salazar, hija del capitán Jacinto Rodríguez Salazar y de Dionisia Manrique de Lara y Morales y procrearon a Pedro Bento quien, con su mujer Antonia Peraza de Ayala y Manrique de Lara, nacida en Hermigua, fueron los abuelos paternos de Cesarina.

            Esta genealogía fue publicada por don Luis Fernández Pérez en la Revista de Historia, en el número de abril-junio de 1930, pp. 21-23, dentro de la serie de artículos que, bajo el título general de “Bocetos genealógicos. Antecedentes sobre las familias gomeras”, dio a conocer su autor por aquellas fechas y que, lamentablemente, fueron interrumpidos y no alcanzaron a verse reunidos en un libro, como hubiera sido deseable.

R. Hernández:
José Ramón Bento Peraza de Ayala retratado en Cádiz
           La familia se trasladó a Cuba cuando Cesarina contaba diez años de edad. José Ramón Bento tenía la intención de tomar en San Andrés tres caballerías de tierra para hacer una finca. Una parte de ellas estaban ya desmontadas, le escribe Cesarina a su hermano Tomás, en carta enviada desde Llanadas, en 9 de noviembre de 1858. Habían partido de Santa Cruz de La Palma el 17 de junio de 1854 y llegaron a Cárdenas, un mes justo después, el 17 de julio.
           Cesarina Bento vivió en Cuba nueve años. En 1862, los Bento decidieron retornar a su isla natal, pero la marcha se retrasó un año, a causa de una dolencia que padecía doña Josefa Montesino y que desaconsejaba el viaje. Finalmente salieron de la isla en los últimos días de octubre y aportaron a Cádiz el 11 de noviembre de 1863.
            En 1862, ante las expectativas del viaje de regreso, Cesarina, con dieciocho años de edad, inició un  cuaderno-diario que titularía Libro de Escanari Toben y Nontisemo, alternando cifradamente las sílabas de su propio nombre, a manera de acróstico. Fechado en Llanadas en 1862, el libro comienza con estos versos:

Lo que tengo en la cabeza
Aquí lo transcribiré,
Y con notable franqueza
Tenga fealdad o belleza
Sin vacilar lo pondré.
Ser supremo que riges el orbe
De los cielos y tierra señor,
Tú que alzaste del polvo al caído
Y humillaste a Luzbel por traidor.

[Plácido]


            No sabemos si esta alusión a alguien llamado Plácido se referirá a José Plácido Sansón [1815-1875], poeta canario establecido en Madrid, cuya obra impresa circulaba por las islas y bien pudo ser conocida por Cesarina.

            El libro no es tal. Se trata de un carnet de notas, que se usaba cambiando las hojas sostenidas por un cordón de seda, a medida que dejaban de ser útiles, por otras nuevas. Cesarina Bento anotó sin orden y sin numeración, poemas, fragmentos en prosa, noticias y recuerdos. La cubierta, en terciopelo, es un hermoso trabajo de encuadernación de terciopelo, estampado en pan de oro.

            En 1862, Cesarina es una bella y culta joven, con el corazón dividido por el afecto hacia los dos lugares en que ha vivido, que intenta justificar el cambio reflexionando: porque te amo (Cuba) como a mi patria; sino por ver si mis ideas toman otro giro, si encuentro otro modo de vivir y no esta monotonía que consume mi juventud, sin placeres, sin gustos de ninguna especie. ¿Cuándo te daré el último adiós, Cuba querida? ¿Pasará aún mucho tiempo, o volveré a dártelo en balde, como te lo he dado ya dos veces? Dios quiera que no salga fallida esta vez mi esperanza que la idea de cruzar el océano vuelve a renacer.

La Habana, Alameda de Isabel II

            Su carácter resume la actitud romántica frente a la vida:

Siendo yo tan amiga de reír no se porqué todos mis versos tienen cierta tendencia a la melancolía. Dice Gallegos el insigne cantor del 2 de mayo en el prólogo que escribió para las poesías de la Avellaneda que esta escritora mostraba un desaliento increíble en su edad y que ella no debía sentir; que eso es ficticio y sólo se hace por que imitas al mundo que se manifiesta fastidiado y deseoso de un cataclismo; y por otra parte la Sra. Avellaneda escribía regularmente de la una de la madrugada en adelante, hora nada a propósito para halagüeñas ideas.

            Pero yo que no soy ni escritora, ni he visto el mundo más que en tres o cuatro novelas francesas que odia mi corazón español, ni escribo sino cuando el sol brillante de Cuba alumbra esta tierra de poesía y de poetas, no sé en que consiste eso. Por más que me violente no puedo hacer versos alegres o risueños. ¿Será tal vez porque no conozco el mundo y no escribo más que de mí misma? No sé. Si escribo versos que no sean serios son satíricos y ésos no me atrevo a colocarlos en mis libros porque estoy mirando el original de ellos. Cuando me vaya tal vez los pondré. Yo no tengo más lectores que yo misma y no tengo la fama de la camagüeyana, ni quien me corrija mis muchos defectos, pues el único que podía no existe. En fin yo no soy poetisa por más que escriba versos, y me dejo guiar por la corriente que me inspira.

Santiago Llanta: José de la Luz Caballero.
Litografía. 1867

             Este mentor, que ya no puede corregir sus versos, es su maestro, el ilustre pedagogo y pensador cubano don José de la Luz Caballero [1800-1862], al que debió conocer en el período final de su vida, y todo hace pensar que fuera su alumna en el Colegio de El Salvador que éste dirigió. Verdadero orientador de la vida intelectual de la isla, Luz Caballero ejerció una labor magistral a base de su método explicativo, de carácter positivo y práctico, contrario al memorístico en boga en aquella época. En su libro, Cesarina incluye un poema necrológico dedicado al maestro:

¡Ay! ¿porqué tiembla la mano mía,
Y amargo llanto mi rostro inunda?
¿Porqué se turba mi dulce calma
y el pecho siente pena profunda?
  De nuevo impía la muerte dura
Sabia cabeza troncha furiosa
Por siempre oculta en tumba fría
la luz brillante de Cuba hermosa.
Ha muerto el sabio noble maestro,
Luz Caballero no existe ya.




Llorad cubanos, llorad discípulos,
Al que en la tumba dormido está
Justo es el llanto que se derrama,
La que sentimos es justa pena
Porque es muy justo llorar al sabio,
Y más que todo, a el alma buena.
Su cuerpo ha muerto pero su nombre
En cada pecho se halla grabado
Y en tanto exista mi alma noble
Repetiralo entusiasmado
En sus acciones y en sus obras
Y en el pecho de los cubanos
Luz Caballero vivirá siempre
Siendo modelo del linaje humano.
Pero no obstante que allá en la gloria
La paz y dicha goza su alma
Y el ser justo su virtud premia
Dando a su frente divina palma.
Llorar debemos porque se ha ido
Y su voz nunca ya no se oirá.
Llorad cubanos, llorad discípulos
Y Mundo todo, llorad, llorad.

            Entresacamos de sus poemas y citas sus lecturas preferidas: Zorrilla, Avellaneda, Gallego, Heredia, Calderón, Fornaris y Mayo. Buena mezcla, si además añadimos un poco de amor desventurado. Cesarina Bento, ante la despedida que le alejará de la isla antillana y de los amigos, escribe:

Ahíta de sufrir el alma mía
Ya no tendrá bonanza
Lidiará en tempestad negra y sombría.
Que no tiene esperanza
llena de pena y de dolor, el alma
A tí, Señor, alcé.
Dale a mi pecho la perdida calma.
Dame esperanza y fé.
Mil tormentos
Padeciendo,
Voy muriendo
De dolor.
Adios, mundo
De amargura,
Tu hermosura
Me da horror.
¡Ay! nada el mundo cruel
Brinda a la amargura mía
Siempre, de noche o de día
En mi copa sólo hay hiel
No tiene la flor aroma,
Ni melodía el aire
Ni la palmera donaire,
Ni encantos el ruiseñor
Cuando el corazón suspira
Por la ausencia del que adoras
Como el mío que hoy llora
El entierro de un amor.
¡Yo sabré amar! y de mi triste vida
Sentada en la ribera
Yo lloraré de mi ilusión perdida
La calma pasajera
Yo sabré amar y de mi triste historia
La lastimera huella
Quedará como rastro en mi memoria
De moribunda estrella
Lejos de mí la fiesta de este mundo
Que osado y maldiciente
La marca del dolor largo y profundo
Buscaría en mi frente.
Yo lloraré en silencio, solitaria
Y en mi postrera hora
No podrá descifrar en mi plegaria
La razón del que llora.

           Y prosigue, tras superar, al parecer,  una situación que tiene todos los visos de una ruptura sentimental:

Hoy me encuentro ya curada
Que al fin triunfó la razón
Existen hombres menguados
Que engañan a una mujer
Tan solo por el placer
De mirarse...despreciados.
Cuan desgraciada es la vida
De la infelice mujer
Condenada a padecer
Siempre de dolor henchida
De amargura está nutrida
Su alma y en su dolor,.
pierde la fe en el amor
Y no cree en la amistad.
¿Oh dame fé, por piedad!
¿Dadme esperanza, Señor!

            Cesarina Bento no escapó a la influencia del paisaje cubano, ni a la belleza romántica de los avatares más dramáticos de la naturaleza. En la mencionada carta a su hermano Tomás le cuenta:

Hemos tenido aquí un temporal de agua y viento todo el día de ayer y parte de anoche que se creyó que se iba a concluir el mundo; felizmente aquí no fue tanto como en Las Palizadas donde hubo un remolino que arrancó las palmas y los plátanos de raíz; también dicen que tumbó una casa de medio para arriba y se la llevó dejándola un poco más lejos como un buque sin palos; los habitantes de ella estaban en el cuarto y el remolino se llevó la sala; también hundió una casa de tabaco; pero gracias a Dios no murió nadie. El río está crecido, y están arreglando la chalana para ir por las cartas...

            Más adelante confiesa:

He aquí los primeros versos que yo saqué, casi sin pensarlos.

Cuando miro una noche estrellada
Y la Luna esplendente en el cielo
Pienso en Dios, y un dulce consuelo
Mi alma triste comienza a invadir.
Y si miro ese campo espacioso,
Adornado de ceibas y palmas
Me parece un asilo de almas
Destinadas por Dios a vivir.

            Preocupada por la enfermedad de su madre, que ha retrasado el proyectado viaje de vuelta, escribe un soneto:

Tú, Divino Señor que hijo fuiste
Comprende el dolor que experimento
Mirando padecer dolor cruento
A la madre amorosa que me diste

En todas partes tu bondad existe
Y tu poder do quier siento,
Ya que puedes, Señor, calmar el tormento
Que padece mi madre que está triste.

Devuélvele, Jesús, la salud hermosa
Te lo ruega una hija dolorida
En nombre de tu madre cariñosa

Que las penas contempla condolida
Todo lo puede tu bondad sublime
Calma, Señor, la pena que le oprime.

            Pero se acerca el momento del regreso y sus pensamientos se dirigen a la isla solar de sus mayores.


Anónimo: San Sebastián de la Gomera. Segunda mitad del siglo XIX.
Col. M. M. Martínez- Ball. Londres


Que allá en el fondo de mi mente ardía
Y era a mi patria regresar un día
Y allí, bajo su cielo transparente
A la sombra del haya y los viñátigos
Alejados del mundo inconsecuente
Do sólo se hallan ya seres apáticos
Vivir unidos por amor ardiente
Y sin oír discursos enigmáticos
Que aún dura allí la semilla primera
Ser se puede feliz en La Gomera.








            Y ya en su abrupta tierra, escribe:

Sabino Berthelot y A. Saint Aulaire.
San Sebastián de La Gomera. 1830





Mirando al mar
En la cumbre de un peñón
que bate el mar con sus olas,
me senté, dejando, a solas,
vagar la imaginación.
Una cruz, sin inscripción,
me conmovió, sin hablar,
sobre el peñón, hecho altar,
la cruz me pidió un sufragio
y en recuerdo de un naufragio
recé, maldiciendo al mar.
En confusión transitoria,
vi, por las aguas cubiertos,
despojos de muchos muertos
que viven en mi memoria;
pero, al repasar la historia
de tan siniestros horrores,
el mar calmó mis dolores
con la brisa de ternura
que tiene toda hermosura
para templar los rencores.
  


Anónimo: En el centro, Leoncio Bento Casanova
          De vuelta ya en su Agulo natal, Cesarina casó, el 13 de marzo de 1870, con su primo hermano Leoncio Bento Casanova. Él tiene diecinueve años, ella, veintiséis. Es hijo de su tío, hermano de su padre, don Francisco Bento y Peraza de Ayala y de doña Julia Casanova Carrillo.

            Don Leoncio Bento ejerció la política y obtuvo un acta de diputado por su isla natal, alineado en las filas liberales de don Benito Pérez Armas. Con el tiempo llegó a convertirse en el cacique máximo de La Gomera. Pero en un cacique bueno y generoso que luchó denodadamente por el progreso de su isla. Su mujer compartía con él las obligaciones que su posición les exigía y así se instituyeron en anfitriones de cuanto viajero de renombre recalara por la isla. El doctor Verneau fue uno de ellos, y dejó constancia en su crónica pseudocientífica Cinco años de estancia en las Islas Canarias, de los agasajos de que fue objeto por parte de la familia Bento, en los pueblos de Hermigua y Agulo. Para variar, Verneau se mostró agradecido, y escribió unas líneas amables sobre sus anfitriones, cosa que no hizo con la totalidad de los habitantes del resto de la isla.

             De su matrimonio, le sobrevivieron a Cesarina cuatro hijas: Cesarina, Josefa, Julia y Mercedes,  todas ellas casadas y con amplia descendencia.           

             En el Diario de Tenerife de fecha 13 de junio de 1910, una gacetilla necrológica comunicó que: D. E. P. En la Gomera ha fallecido la señora doña Cesarina Bento Montesino, esposa de don Leoncio Bento, a quien lo mismo que a la demás familia de la finada, enviamos nuestro pésame.

            El primero que dio a conocer este cuaderno inédito de Cesarina Bento fue Sebastián Padrón Acosta [1900-1953] en su trabajo Musa isleña: Anchieta - La época romántica - Las poetisas isleñas - El mito del almendro, publicado en la Biblioteca Canaria [1940] que dirigía Leoncio Rodríguez.

           Del resto de la producción literaria de Cesarina Bento nada se sabe. En su diario confiesa haber escrito varios libros en Cuba, que permanecían inéditos. Al menos conocemos el título de un trabajo que había comenzado Las víctimas de un adulador.

            Queremos manifestar nuestro agradecimiento al doctor don José Luis López Carrillo, biznieto de Cesarina Bento, por habernos permitido consultar la documentación conservada en su archivo familiar.

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