sábado, 23 de febrero de 2013

Agustín de Betancourt y Molina


Ex Libris en bibliotecas canarias


Juan Pablo Fusi Aizpurúa, director de la Biblioteca Nacional de España entre los años 1986 y 1990 escribió, a modo de preámbulo, en el Catálogo de Ex Libris de Bibliotecas Españolas en la Biblioteca Nacional [1]:

El Diccionario de la Lengua de la Real Academia define así los ex libris: “cédula que se pega en el reverso de la tapa de los libros, en la cual consta el nombre del dueño o el de la biblioteca a que pertenece el libro”. Tan antiguos como el libro mismo e inseparables en la historia de éste, los ex libris tienen interés e importancia insospechada: son parte esencial del desarrollo de las artes decorativas [y del diseño por tanto]; constituyen capítulo fundamental, aunque a menudo olvidado, de la historia del dibujo y del grabado; proporcionan una visión fragmentada, pero preciosa, de la evolución de la sensibilidad y el gusto y, finalmente, en razón de su origen y función, revelan datos singulares de la psicología individual.
Sobre todo, los ex libris son piezas de original y humilde belleza; su contemplación y estudio son, por ello un auténtico deleite, reservado, eso sí, a gustos exquisitos.

No encontramos una manera mejor de explicar, con pocas palabras, la curiosa y placentera satisfacción que nos produce el hallazgo de alguna de estas piezas, por demás rarísimas, procedentes de las escasas bibliotecas privadas con que contó nuestro archipiélago en el pasado o en las aún menos numerosas existentes en la actualidad.
         Las estampillas de mayor antigüedad que hemos alcanzado a ver corresponden a la segunda mitad del siglo xviii, y abundan entre ellas las de carácter heráldico, pertenecientes a las librerías familiares de algunos extranjeros cultos establecidos en las islas. Pocas, muy pocas, hemos hallado que puedan datarse en la centuria siguiente. Habrá que aguardar al siglo xx para observar cómo algunos bibliófilos canarios retoman la costumbre del uso de estas hermosas marcas de propiedad que fueron, ocasionalmente, encargadas a artistas locales.


Agustín de Betancourt y Molina
Su ex libris grabado por  Joaquín José Fabregat


Joaquín José Fabregat: 
Ex libris de Agustín de Betancourt y Molina
Grabado. Ca. 1784


No vamos a intentar siquiera una aproximación a la figura del célebre ingeniero cuya biografía ha sido tratada por diversos estudiosos, especializados en las diferentes disciplinas científicas y artísticas en cuyo desarrollo empleó lo mejor de su claro talento, y nos limitaremos a recomendar una sucinta bibliografía [2], y a transcribir, quizás por primera vez desde que vieran la luz en el Eco del Comercio de Santa Cruz de Tenerife, en marzo de 1859, los apuntes que sobre la vida de nuestro personaje escribiera Aurelio Pérez Zamora [3].







Apuntes para la biografía de D. Agustín Bethencourt y Molina
Aurelio Pérez Zamora

Marcos Baeza Carrillo: Agustín de Betancourt y Molina.
Óleo/tela. Museo Municipal de Bellas Artes.
Santa Cruz de Tenerife
    
Coadyuvar aunque sea con una tosca piedra al edificio que tarde o temprano es fuerza levantar a la memoria de un hombre ilustre es un deber a que todos estamos obligados, principalmente si hemos nacido bajo el mismo cielo en que viera la primera luz, una piedra toma siempre la forma más o menos bella según el artífice que la talla, así es que cuanto más hábil sea éste, aquella ha de ostentar mejor sus faces y por consiguiente h de adquirir más gracia el edificio donde se coloca. Como yo no soy artista no puedo más que suministrar el material: otros que tracen la obra:

 He aquí pues:
Era el primero de febrero de 1758 cuando nació en este Puerto de la Cruz de Orotava un niño que fue el embeleso de sus padres y que mas tarde ya hombre, realzó en el extranjero con su saber el nombre de la isla de Tenerife, una de las Canarias. Aquel niño fue llamado Agustín, hijo legítimo del teniente de infantería D. Agustín de Bethencourt y Castro Jaques de Mesa Llarena y Hoyo, caballero profeso de la Orden de Calatrava y de doña Leonor de Molina y Briones, hija de los señores marqueses de Villafuerte, descendiente del señor Juan de Bethencourt, primer conquistador de estas islas. El techo bajo el que vio por primera vez la luz del día había oído ya en sus inmediaciones medio siglo antes los primeros cantos de un poeta: no lejos de allí había nacido D. Juan de Iriarte. Aún se puede ver hoy el edificio donde nació Bethencourt en la plaza de la Iglesia de este Puerto, a la parte norte, conocida a principios de este siglo por Casa de Barry y ahora últimamente Casa del Baile. En esta, pues, recibió Bethencourt las primeras caricia de una madre tierna a quien idolatraba: que no perezca su cuna… consérvese para siempre en ella a pesar de las humanas miserias la memoria de un hijo ilustre, de un hombre que ha dado brillo a la patria.
Don Agustín Bethencourt y Molina pasó pues sus primeros años en el Puerto de la Cruz entregado continuamente a sus estudios. Como era naturalmente laborioso y amante de las artes procuraba ocupar sus ratos de ocio en cosas útiles, así es que solía trabajar a menudo por vía de pasatiempo en el hilado y en el tejido de la seda, así como en otras diferentes labores sobre este ramo.
A sus diecinueve años emprendió su carrera empezando de cadete en las Milicias de estas islas el 15 de octubre de 1777; como aquí no tenía bastante campo donde elevarse y su alma ambicionaba mayor espacio para volar, pasó entonces a la Corte de España mandado a buscar por el marqués de la Sonora, quien noticioso de su natural inclinación a las Matemáticas, a la Física y al Dibujo, deseaba que siguiese sus estudios en Madrid, donde en efecto dio principio a ellos en 7 de enero de1779. A los cinco meses tuvo ejercicios públicos de Matemáticas en el Real Colegio de San Isidro; allí se dedicó a la Física y en la Real Academia de San Fernando estudió el dibujo, teniendo la gloria de que se le asignaran diferentes premios y se le nombrara, en 1789, sus socio honorario.
Bethencourt era naturalmente pundonoroso, por eso es que a los cinco años de estar siguiendo sus estudios en la Corte, ya pudo costearse su carrera a sus propias expensas con miras siempre de servir después al Estado con más utilidad.
El hombre no es siempre hijo absoluto de las circunstancias, a veces lo es también de sus propios méritos; así pues, satisfecho el ministro de Indias de los extraordinarios adelantos del joven isleño, le dio la comisión de pasar a Almadén para reconocer aquellas minas, tanto la cantidad de agua que había en ellas, como el estado de sus máquinas, de sus hornos para extraer el azogue y observar igualmente el método que usaban en todas las operaciones. Bethencourt fue, estudió lo que se le recomendara, formó tres memorias sobre dichos asuntos con diferentes planos y las presentó al ministro. Éste quedó sumamente contento del desempeño de su comisión, haciéndole entonces pasar a París para que estudiase la Química y la Geología en cuyas ciencias no desplegó Bethencourt menos capacidad y aplicación que en el estudio de la Física experimental y Metalurgia en que tanto progresaba. Como el joven canario era de una capacidad extraordinaria, se dignó S. M. resolver se dedicara al estudio de la Hidráulica y Maquinaria, mandando por Real Orden de 11 de febrero de 1786 se le suministrase en París, por medio del embajador conde de Aranda, la pensión de 1.500 reales de vellón mensuales y que se entendiese en lo sucesivo con el ministro de Estado.
Armas de la las familias Betancourt Castro Molina y Briones.
Archivo Histórico Nacional. Madrid
    
Los conocimientos que procuró adquirir Bethencourt en las mencionadas ciencias, le proporcionaron diferentes comisiones del servicio de S. M.: entre otras pasó a Inglaterra con miras de conseguir el telar con que los ingleses hacían las medias de punto cruzado. A pesar de las grandes dificultades que encontrara allí y no obstante el secreto con que algunos de sus artistas se lo ocultaban, logró ver uno por muy pocos instantes y esto solo fue suficiente para comprenderlo todo, haciendo fabricar un telar en París con igual perfección a aquél, así como otro en Madrid, según se puede ver entre las máquinas del Gabinete de S. M.
El conde de Aranda le encomendó procurase examinar en el Jardín del Rey en París, los hornos que había hecho construir allí Mr. Fars para extraer el betún del carbón de piedra, quedando este al mismo tiempo purificado. Bethencourt lo ejecutó exactamente y levantó diferentes planos que acompañados de una memoria sobre el método de construir y usar aquellos hornos, remitió por mano del embajador a la Sociedad Económica de Asturias. Esta le honró entonces con el título de socio de mérito y premió así sus trabajos.
Siguiendo siempre ocupado en la Química, prestó servicios importantes a las Artes, pues entre otros hizo un análisis de la seda, para conocer las partes de que se compone su barniz, cuyas materias habían sido hasta entonces ignoradas. Sobre este descubrimiento formó una memoria muy importante tratando en ella del mejor modo de blanquear esta materia textil. Concluido dicho trabajo expuso al ministro la utilidad que resultaría de establecer en España una fábrica de cajas de concha, y en virtud de la aprobación de esta propuesta, envió a Madrid todas las máquinas e instrumentos necesarios para ello; entonces se vio él obligado a pasar a España con el mayor sigilo para no llamar la atención sobre los oficiales y la familia del maestro que llevaba. En Bayona quisieron prender a estos operarios, pero al fin todos salieron en bien de la expedición, y llegaron a la Corte donde se instaló inmediatamente la nueva fábrica. Regresando a los pocos días de esto a París, hizo pasar a España a otros muchos artífices para emplearlos en diferentes obras particulares, siendo una de ellas para la tintura de la seda y otra para tejidos de gasa.
El Conde de Aranda era uno de los más apasionados admiradores del preclaro ingenio del joven canario, así es que al pedir a Francia la colección de instrumentos que se necesitaron para las corbetas que al mando de D. Alejandro Malaspina, fueron a dar la vuelta al mundo en aquella época.
Ansioso de adquirir D. Agustín Bethencourt y Molina todos los conocimientos posibles en las ciencias de la Hidráulica y maquinaria, estudios que tanto se le habían recomendado, se procuró en París la amistad de Mr. Perronet, director general de ingenieros de puentes y calzadas de Francia. Este le proporcionó medios de observar y estudiar dichos ramos, instruyéndole generosamente en las cosas más útiles y necesarias para estos trabajos.
El rey, satisfecho de las diferentes comisiones que Bethencourt había tan brillantemente desempeñado, mandó que pasara al canal de Aragón para poner en planta una máquina que ya anteriormente había propuesto con objeto de desaguar el malecón de aquella Presa. El joven canario lleno del mayor patriotismo quería engrandecer en cuanto estuviese a su alcance a la madre patria; por eso mientras se copiaba en París el modelo que había hecho para dicha empresa pasó a Madrid y propuso al conde de Floridablanca un nuevo proyecto que hacía algún tiempo en su cabeza germinaba. Todos aprobaron su pensamiento: era éste establecer en la Corte un cuerpo donde se estudiara la Hidráulica y maquinaria dando los conocimientos necesarios para la construcción de puentes, caminos y canales. S. M. aprobó el proyecto de Bethencourt y mandó que se nombrasen dos personas que le auxiliaran en esta clase de estudios para el establecimiento del cuerpo que se proyectaba. Este se instaló y fue nombrado su director, en diciembre de 1788.

Armas de la las familias Betancourt Castro Molina y Briones.
Archivo Histórico Provincial de Tenerife
    
Con objeto de hacer ejecutar la colección de modelos relativos al mencionado fin, instaló un taller en la capital y viajó con iguales miras por varias provincias, puertos y principales Departamentos de Francia, habiendo recorrido la España y examinado detenidamente el estado de sus caminos, puentes, canales y demás obras hidráulicas. Después de esto hizo varios trabajos muy dignos de estudiarse que le sirvieron como de ensayos. En el mes de diciembre del mismo año de 1788, pasó el ilustre canario a Inglaterra con el deseo de conocer los adelantos de la construcción de las máquinas de vapor; entonces esta invención servía todavía de palanca a las operaciones de gran potencia. Bethencourt no pudo conseguir ver más que una sola máquina y por una sola vez y esto fue lo bastante para comprender su mecanismo, mientras que varias personas de la mayor instrucción que habían ido a aquel reino con el mismo objeto, no habían podido alcanzar jamás lo que tanto deseaban. Pasó en seguida a París, y entonces hizo construir un modelo tan perfecto en su funcionar, que mereció la aprobación de los sabios de aquella capital: el tuvo la gloria de que se hicieran por su diseño las primeras máquinas de vapor de doble efecto, únicas por cierto que hasta entonces se vieran en Francia.

Poco después de esto presentó a la Academia de Ciencias una memoria sobre la construcción y efectos de esta máquina; fue acogida con general aprobación y Bethencourt tuvo la satisfacción de que aquella se imprimiese entre la de los sabios extranjeros, publicándose en París en 11 de septiembre de 1790. Esta alta distinción con que los franceses premian al hombre de verdadero mérito por un servicio extraordinario que a las ciencias haya prestado, es ciertamente uno de los pocos ejemplares hasta ahora vistos con que se haya honrado a un hijo de Canarias: tal es en verdad la hebra empleada en un país donde (según vulgarmente se dice) se hila tan delgado.

Esta remarcable distinción contribuyó a hacer más popular el nombre de Bethencourt en la capital de Francia, de suerte que habiéndose ocasionado una cuestión entre la Academia de Ciencias y el inventor de una máquina hidráulica, llegó la queja a la Asamblea Nacional y D. Agustín de Bethencourt y Molina alcanzó la alta honra de que la misma Asamblea le nombrase por uno de los seis jueces que habían de decidir la causa.

El ilustre canario siguió con constancia sus trabajos, principalmente en la parte hidráulica; emprendió varios experimentos y presentó sus resultados a la Academia Real de Ciencias, siendo todo esto del superior agrado de S. M. como se le hizo presente por la primera secretaría del Estado en l6 de febrero de 1791, ofreciéndosele remunerar sus servicios y sus altos méritos.

Honores tan distinguidos alentaron más y más a Bethencourt, quien ansioso de reunir entonces en pro de la patria todas las adquisiciones hechas en sus diferentes viajes, pidió permiso de pasar a España, cosa que al instante se le concedió. Salió pues de París y visitó de paso a Lyon y a otras ciudades de Francia para examinar el estado de sus manufacturas y sus adelantos: en Barcelona permaneció algún tiempo con objeto también de conocer sus fábricas, aunque su principal designio al detenerse allí fue ver si podía adoptarse un método que había inventado para limpiar los puertos de mar. Este método mereció la aprobación tanto del conde de Lacy como de la junta de generales de la Armada a quienes lo remitió el baylío D. Fr. Antonio Valdés para su examen. Después de haber visitado a Valencia y a otros puntos de las Andalucías, volvió D. Agustín de Bethencourt a Madrid habiendo salido de la capital de Francia el día 28 de julio del año de 1791.

Así que nuestro joven canario entró en la Corte de España, empezó inmediatamente a formar el Gabinete de Máquinas en las salas que S. M. le señaló en el Palacio del Buen Retiro.
Componíase aquel de una colección de 270 modelos, relativos en su mayor parte al estudio de la Hidráulica, de 358 planos dibujados con esmerada perfección y de 100 memorias manuscritas con 92 estampas, todo esto pertenecía a diferentes ramos del servicio de S. M. En dicha época no era Bethencourt más que capitán y contaba ya quince años en su carrera; la Nación, sin embargo, le era deudora de mucho por tantos méritos contraídos, y el rey no tuvo que pagar por la preciosa colección, que se acaba de relatar, más que el trabajo material de ella, pues su adquisición se debió enteramente a Bethencourt; es decir, a su industria, a sus conocimientos y a su actividad.

Colocadas las máquinas en dicho Gabinete, tuvo este director la honra de enseñarlas a S. M. así como la de ofrecerle el catálogo de ellas. Consistía este en un gran folio conteniendo, en cincuenta planos perfectamente dibujados, las diferentes operaciones que se practicaban en Francia para fundir y barrenar la artillería de hierro, cuya adquisición le había valido a Bethencourt no pequeñas dificultades.

No paró en esto los beneficios prestados a la Nación Ibérica por nuestro buen canario. Este continuó presentando varias memorias importantísimas, entre ellas algunas relativas al fomento del comercio interior de la Península, en las que exponía los defectos de que adolecían los caminos y canales construidos en España, manifestando al mismo tiempo los medios más oportunos para poner pronto remedio a tales males.

Antonio Pereira Pacheco y Ruiz: Agustín de Betancourt y Molina.
Miniatura. 1805
    
Don Agustín Bethencourt y Molina había pasado ya mucho tiempo lejos de su patria, entregado enteramente a los negocios públicos sin gozar de los atractivos de la vida privada. Su alma buscaba un ser en quien depositar los afectos más tiernos de su corazón, una mujer digna de él a quien amar y la encontró al fin: en uno de sus viajes a París tuvo ocasión de conocer a una distinguida hija de Gran Bretaña, de religión católica, llamada Doña Ana Jourdán, con quien se casó y tuvo cuatro hijos. El les dio a todos una esmerada educación, según su sexo, viviendo feliz en el seno de su familia. De ellos tan sólo existe hoy un hijo suyo que ocupa en Rusia una importante posición social y en Francia una hija casada con una persona muy distinguida.

La brillante carrera y el buen concepto que se mereció Bethencourt por sus conocimientos científicos, hizo, como se ha visto ya, que estuviese continuamente empleado en importantes comisiones, habiendo efectuado largos y repetidos viajes en el curso de su vida. El también tuvo a su cargo la Inspección General de Canales y Caminos de España.

En una de las veces que se ausentó de la capital por algún tiempo, encontró a su vuelta el alojamiento que tenía destinado como Director General de Máquinas en el Palacio del Buen Retiro (donde estaba el depósito de las máquinas) en el mayor desorden, pues se había dispuesto de él para otro objeto.
¿Te hallas bien en el Retiro? le preguntó el rey cuando le volvió a ver.
Señor, parece que ya no se contaba conmigo: las buenas intenciones de V. M. han sido eludidas; ya no sé donde alojarme.
Pues sosiégate, le respondió el monarca, yo mismo te escogeré un alojamiento.
Y Carlos iv fue al día siguiente al Retiro y le señaló cierto departamento diciéndole:
Tendré buen cuidado de que te le conserven.

Pasó algún tiempo y llegó el año 1807. Entonces presentó el sabio canario al Instituto Nacional de Francia una memoria sobre el nuevos sistema de navegación interior, la que fue mandada publicar en París en 21 de septiembre del mismo año: el comunicaba de esta manera una invención que facilitaba considerablemente la construcción de canales suprimiendo todo gasto inútil de agua. M. A. Pictet tribuno, hablando de ella en el informe que hizo al cuerpo legislativo sobre los impuestos destinados a la construcción dijo así:

No es propio de esta Tribuna explicar los pormenores de un invento tan ingenioso como sencillo; pero diré sumariamente en lo que consiste. Cada esclusa en lugar de un solo vaso, tiene dos contiguos que comunican entre sí por el fondo; el uno está destinado a hacer subir y bajar los bateles por el método ordinario, pero el movimiento vertical del agua que los sostiene, es producido por una simple inmersión o emersión de un pontón en el vaso contiguo. El pontón tiene un volumen igual al del agua que necesita quitar o poner, y está tan ingeniosa y felizmente equilibrado, que un hombre solo basta para la maniobra que se necesita a fin de hacer subir o bajar el barco más grande.

Bethencourt inventó también una máquina para cortar la hierba en los ríos y canales navegables, dedicándla al Excmo. Sr. príncipe de la Paz, protector de las Artes. Esta fue premiada y mandada establecer por la Sociedad de Artes, Manufacturas y Comercio de Londres.

Aquí terminan los primeros tiempos de este buen patricio: pasemos ahora a la segunda época de su vida. El mal estado de los negocios públicos de España en aquella época, a causa de las desacertadas medidas de sus gobernantes, decidió a D. Agustín a buscar un campo más despejado y libre de tropiezos donde emplear su incansable laboriosidad. En esto le anima el embajador inglés a que pase a Inglaterra prometiéndole allí grandes ventajas; pero Bethencourt lleno de más gratas esperanzas las desecha todas y piensa sólo en Rusia después de haber observado algún tiempo la tempestad. Luego que Bonaparte pidió a España las tropas que el marqués de la Romana condujo —según se recordará— consiguió el ilustre canario licencia para viajar y dejó a su familia en París, habiendo pasado entonces a San Petersburgo, como dicen, a tantear el vado. Allí fue perfectamente bien recibido del emperador, quien, deseoso de tenerlo a su servicio, le hizo muy ventajosas proposiciones por tercera mano. Béthencourt volvió al poco tiempo a París y consultó con su familia el punto de residencia; poco después marcharon todos a Rusia y se admitieron las proposiciones del emperador Alejandro.

José Agustín Álvarez Rixo:
Agustín de Betancourt y Molina. Miniatura.
    
El emperador y la familia imperial le recibieron con unas distinciones que él jamás se atrevió a soñar. Desde luego le convidó S. M. a comer con él todos los días que fuesen de su agrado, privilegio este tan marcado en aquella Corte donde son muy pocos a la verdad los elegidos; se le señaló de sueldo 25.000 rublos anuales para sus gastos extraordinarios y se le dio el grado de mariscal de campo equivalente al que tenía en España. No hemos ciertamente hecho mérito en esta relación de los grados concedidos en la Península a Bethencourt, pues sólo hemos hablado del de capitán. Esta falta por nuestra parte exige indulgencia de los lectores en gracia de no saberse circunstanciadamente las distintas épocas en que aquellos se efectuaron: sábese solamente que fue cruzado, cuando era capitán, de la orden de Santiago, por el conde de Tilly, en el Real Convento de los S. S. Comendadores de la misma orden y que continuó ascendiendo en su carrera según sus méritos le hacían acreedor.

Contrajo Bethencourt tanta amistad con el emperador que entraba a menudo en su gabinete sin tener que pedir permiso a nadie, pues así se lo había prevenido S. M. En su mismo bufete despachaba con él los asuntos más reservados que le encargaba, dándole siempre las mayores pruebas de estar contento con sus servicios, y puede asegurarse muy bien que le trataba como un amigo o como un hermano. Hemos tenido ocasión de ver varios billetes autógrafos del mismo emperador Alejandro dirigidos en diferentes fechas a Bethencourt; por ellos (que están trazados con lápiz en idioma francés) se deja ver el alto aprecio que hacía aquel príncipe de nuestro compatriota, llamándole con frecuencia a palacio para tratar asuntos del Estado.

Poco más de un año hacía que D. Agustín de Bethencourt y Molina se hallaba en San Petersburgo cuando el emperador le hizo teniente general; más tarde le dio la banda de San Alejandro, que es, después de la de San Andrés, la orden más distinguida de Rusia. En el año de 1813, le envió S. M. dicho emperador su retrato guarnecido de brillantes. Por su parte nuestro buen isleño procuró corresponderle siempre en cuanto pudo, sirviéndole prolijamente con el rico caudal de sus conocimientos en varios ramos. El formó un instituto o colegio militar de ingenieros de donde salieron en breve tiempo muchos que hicieron raya en la carrera de las armas. Muy bien se podía lisonjear, como lo decían los inteligentes más autorizados, de que en ninguna parte se enseñaban las Matemáticas como en su establecimiento.

Pasó algún tiempo, y Bethencourt, tan incansable siempre en el trabajo, formó una máquina para limpiar el puerto de Cronstad movida por una bomba de fuego; era dicho aparato tan perfecto en su funcionar que sacaba cada dos minutos una vara cúbica de fango de 20 pies de profundidad.

El construyó igualmente varios puentes de mucho mérito, existiendo entre ellos uno en la misma ciudad, que es, en opinión de los inteligentes, una obra admirable: también estableció una fundición de cañones de bronce bajo un plan enteramente nuevo.


Pero lo más digno de ver, lo que más ha de hacer recordar siempre en la capital de Rusia al ilustre canario es la famosa feria de Macarieff construida por él en Nignei-no-bogorod a donde la hizo trasladar. Ella es una verdadera curiosidad, una obra magna: baste decir que se halla en la confluencia de los dos caudalosos ríos Volga y Oca y que los edificios son para tener tres mil tiendas espaciosas, delante de las cuales hay una galería sostenida por tres mil doscientas columnas de hierro fundido. Además hay en ella hermosos edificios para la habitación del gobernador, para Bolsa, Café, salas de las Asambleas Generales, tres iglesias, etc., etc., Sólo para esta obra colosal le fueron entregados el año 1820 treinta millones de reales. Y esto era una mínima parte de lo que Bethencourt tenía a su cuidado, pues estaban bajo su dirección los caminos, y canales del imperio, la navegación de todos los ríos, todos los mejores edificios de aquella ciudad y tres colegios para la instrucción de ingenieros. Para dar una idea aproximada de las obras que él tenía en aquella época a su cargo, diremos que se pusieron a su disposición, en el referido año de 1820, más de sesenta millones de reales para realizar los trabajos.

A pesar de tantos cuidados como le imponían sus muchas atenciones, no abandonó nunca la instrucción de sus hijos. Dos de las hembras pintaron en aquel tiempo cuatro ramos de flores sobre terciopelo blanco para dos sillas que regalaron a la emperatriz madre y que admiraron todos en aquella Corte. Alfonso que era el único varón que tuvo recibía diariamente lecciones de su padre: éste le hacía trabajar dos horas por día ya en el torno, ya limando o ya haciendo alguna máquina.

Aseguraba Bethencourt que de todo lo que había aprendido en su vida, nada le había sido tan útil como el ejercicio que practicó en sus primeros años en su patria. Los conocimientos que jugando adquirió en el hilado, en el tejido y en la tintura de la seda, trabajos que hacía él por mero pasatiempo en unión de sus hermanos, fueron la principal causa de su afición a las artes mecánicas y el origen de toda su felicidad. Hoy día existe en poder de un individuo de su familia una colección de hermosos cuadros de incalculable mérito. Esta rica adquisición, única seguramente en su clase en toda la provincia, según los inteligentes, es debida en parte a Bethencourt quien contribuyó a que se compraran.


Empero demos ya fin a esta obra harto difícil para mis cloacas fuerzas. Así pues, don Agustín de Bethencourt y Molina dejó de existir en San Petersburgo el 14 de julio de 1824, después de haber prestado grandes servicios con sus conocimientos y su actividad a la mayor parte de las naciones de Europa. Cuando murió contaba 66 años 6 meses y 12 días, quedando con su muerte privada la sociedad de una lumbrera de las ciencias y Rusia llorando una pérdida irreparable. Levantemos un templo al ilustre patricio, a uno de esos pocos elegidos de Dios que se sienten pasar de vez en cuando por el mundo: sean estos apuntes su primera piedra...! levantémosle, si, un templo para que no perezca su nombre en el caos de los siglos, bien es que hartos monumentos ha legado él al tiempo, que harán su memoria imperecedera en la tierra.

Puerto de la Cruz de Orotava, febrero de 1859.
Platon Tiurin: Agustín de Betancourt y Molina. Óleo/tela. 1859

Estancia de estudios en Madrid

Nació don Agustín de Betancourt y Molina [4] en el Puerto de la Cruz de La Orotava —lugar que más tarde se denominó exclusivamente Puerto de la Cruz— el día primero de febrero de 1758 y recibió el bautismo en la parroquia de Nuestra Señora de la Peña de Francia, seis días más tarde. Fue, como queda dicho, el segundo de los once hijos de don Agustín de Betancourt-Castro y Mesa, teniente coronel de milicias y caballero de la orden de Calatrava, y de doña Leonor de Molina y Briones, pertenecientes ambos a familias de la nobleza insular.
Nada sabemos de su primera instrucción que debió recibir en alguna de las aulas conventuales del Puerto y de La Orotava y, desde luego, en su propia casa, a cargo de sus padres. Con su madre aprendió la lengua francesa, idioma que posteriormente le abriría las puertas de Europa y de la lejana Rusia.

Luis de la Cruz y Ríos: José de Betancourt Castro
Miniatura. Col. part. Tenerife
Vinculado desde joven a la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Tenerife, en cuya fundación en el año 1777 participó su progenitor, y con la que su hermano mayor José colaboró activamente, ese mismo año ingresó en el regimiento de infantería de La Orotava en calidad de cadete y, al siguiente, ascendió sucesivamente a subteniente y teniente del arma. Cercano su viaje a la Corte, tanto su padre como él mismo, solicitaron información de hidalguía y nobleza, documento que resultaba imprescindible a los aspirantes a labrarse una carrera ventajosa. Afirma Rumeu de Armas: El éxodo está pronto, en busca de nuevos e insospechados horizontes, Pero el acuciante amor paterno vela para que adonde quiera que vaya luzca la progenie del hijo y nadie pueda dudar de su notoria calidad [5].
En octubre realizó el viaje acompañado por el licenciado don Bartolomé Hernández Zumbado, abogado de los Reales Consejos, que sería nombrado posteriormente encargado de los negocios de la Sociedad Económica en Madrid.
En 1779 comenzó su formación en los Reales Estudios de San Isidro, que complementó con la práctica del dibujo en la Academia, y es probable que ese mismo año —si no desde el mismo momento de su llegada a la capital del reino— trabara contacto con don José de Viera y Clavijo, que se encontraba al servicio del marqués de Santa Cruz y con el que compartió intereses por la ciencia y, en particular, por la mecánica. En los meses de noviembre y diciembre de 1783, ambos hicieron elevarse sendos globos aerostáticos, Betancourt en la casa de campo del infante don Gabriel, en El Escorial, y Viera, en los jardines de la del marqués en Madrid. Los estrechos lazos de amistad entre paisanos y la mutua protección son factores que resultaban comunes a la mayoría de los canarios residentes en la Corte. Un año después de la suelta de los globos, Viera le proporcionó al joven Betancourt una carta de recomendación para un amigo, ante la inminencia del traslado de este a París.
José Joaquín Febregat e Isidoro Carnicero:
José de Viera y Clavijo. Grabado. 1784
    
           
Otro miembro distinguido de la familia Clavijo que en aquellos momentos desempeñaba su labor en Palacio, don José Clavijo y Fajardo, fue considerado por Agustín y José de Betancourt como un segundo padre. En una misiva de éste último a su progenitor le escribe: Con las primeras cartas que Vm. nos dirija, escríbale a nuestro Clavijo dándole las gracias por los muchos favores que nos hace, por el cariño que nos tiene, y la ternura con que se interesa en todos nuestros asuntos, y en primera ocasión vea Vm.  cómo le remite el barril doble de vino dulce buen y el otro del verde del buen vidueño, pues lo agradecerá muchísimo [6].
Don José Clavijo, director del Gabinete Real de Historia Natural fue testigo, en 1792, en las pruebas de ingreso de don Agustín en la orden de Santiago y volvió a serlo, cinco años más tarde, en el expediente de soltería del ingeniero, afirmando que lo conocía y trataba desde el año pasado de setenta y siete en esta Corte [7]. Sin duda Clavijo erró en la fecha, porque es por todos admitido que Agustín de Betancourt llegó a Madrid en otoño del año siguiente, 1778.
Hasta aquí cuánto nos interesa de la biografía de Agustín de Betancourt, en relación con la hechura de su ex libris. Veamos ahora los puntos de confluencia con la etapa madrileña de la vida del grabador de la bella estampa que ahora damos a conocer.




El autor

José Joaquín Fabregat [8], nació en Torreblanca, Castellón, en 1748. Comenzó su formación en la Academia de San Carlos de Valencia. Continuó su aprendizaje en la de San Fernando de Madrid donde obtuvo, en 1772, el premio de grabado y que le nombró luego académico supernumerario en 1774. Permaneció en dicha villa hasta 1788, fecha en que partió hacia México a tomar posesión de la plaza de director de grabado de la Academia de Bellas Artes de San Carlos establecida en aquella ciudad, que había solicitado un año antes. Falleció en la capital de la Nueva España el 6 de enero de 1807.
José Joaquín Fabregat: Viñeta
Fabregat abrió, en 1784, la conocida lámina con el retrato del abate Viera por dibujo de Isidoro Carnicero, fechado en 1780 que, curiosamente, ilustra su Elogio de Felipe V. Rey de España, dado a la estampa por Joaquín Ibarra, impresor de Cámara de S. M. y de la Real Academia, en 1779. Lo que nos permite aventurar que la obra permaneció sin ser encuadernada, al menos cinco años.
La posible amistad entre Fabregat y Betancourt, si es que la hubo más allá del encargo profesional del grabado para el ex libris, pudo surgir del conocimiento trabado en las clases de la Academia o, por el contrario, a causa de su vinculación afectiva con los Clavijo.

La estampa

Necesariamente, la lámina que representa tres putti haciendo uso de diversos artefactos relativos a las Bellas Artes y la Geometría, en torno a un medallón ovalado circundado por guirnaldas vegetales y que muestra el nombre del comitente, tuvo que ser grabada entre 1778 y 1788, años que coinciden con la llegada a Madrid de Betancourt y la marcha de esta ciudad de Fabregat.
Una viñeta, de similar apariencia a la de nuestro ex libris, aunque de composición más compleja, figura un grupo de siete niños empeñados en la confección de medallas o monedas y fue grabada por dibujo de Rafael Ximeno Planes.





NOTAS
[1] Catálogo de Ex Libros de Bibliotecas Españolas en la Biblioteca Nacional. Dirección General del libro y Bibliotecas. Ministerio de Cultura. Madrid, 1989.
[2]
Antequera, Ángel [Juan de Anaga]: “Glorias canarias. D. Agustín de Bethencourt y Molina”. Diario de Tenerife. Santa Cruz de Tenerife, 30 de julio de 1902.
Bogoliúbov, Alekséi N.: Un héroe español del progreso: Agustín de Betancourt. Prólogo de Julio Caro Baroja. Madrid, 1973.
Breguet, Claude A. J.: “Ana Jourdain a la recherche du bonher”. Anuario de Estudios Atlánticos. Número xxix. Madrid-Las Palmas, 1983.
Casalduero, Joaquín: “Agustín de Betancourt y Tomás de Iriarte”. Ínsula. Revista bibliográfica de Ciencias y Letras. Volumen xxxii. Madrid, 1977.
Cioranescu, Alejandro: Agustín de Betancourt: su obra técnica y científica. Instituto de Estudios Canarios. La Laguna de Tenerife, 1965.
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Óleo/tela. Col. part. Tenerife
    
[3] Hemos optado por publicar los Apuntes para la biografía de Don Agustín de Béthencourt y Molina, de Aurelio Pérez Zamora, por varias razones. Sea la primera de ellas un intento de hacer justicia con la obra de este autor, considerada la primera aproximación a la vida y la obra del ingeniero escrita en Canarias. Afirma Rumeu de Armas que la biografía más antigua de Betancourt fue escrita, a raíz de su muerte, por Jean Résimont [en Rusia: Iván Stiepánovich Résimont], ex oficial francés, íntimo colaborador del afamado hombre de ciencia. […] El estudio de Résimont ha sido inspirador de todas las reconstrucciones biográficas posteriores hasta mediados del siglo xx. El primero en beneficiarse de sus datos fue el secretario de redacción de la Revista peninsular-ultramarina de caminos de hierro, telégrafos, navegación e industria, don Manuel Pérez Durán, quien insertó como anónima una traducción del trabajo de Résimont en su versión francesa con el título de Noticias biográficas de D. Agustín de Betancourt [tomo ii, año 1857, pp. 345-346 y 353-354]. Véase Rumeu de Armas, Antonio: Ciencia y tecnología en la España Ilustrada. Colegio de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos. Ediciones Turner. Madrid, 1980, pp. 29-30.
El trabajo de Pérez Zamora apareció en La Ilustración de Canarias [Año ii, números ii y iii, pp. 19-20. Santa Cruz de Tenerife, 15 de julio y 10 de agosto de 1983], sin firma, con algunas correcciones de estilo y suprimido el párrafo en que se hace referencia a los hijos vivos del científico en la fecha del trabajo original y ha dado pie a que sea constantemente plagiado. Publicado originalmente en folletín en el Eco del Comercio de Santa Cruz de Tenerife, los días 5, 12, 16 y 19 de marzo de 1859, varias de las entregas fueron recortadas y sustraídas del ejemplar que se conserva en la Biblioteca Municipal de Santa Cruz de Tenerife, que es el mismo que se utilizó para el nunca bastante ponderado proyecto “Jable” de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria. La transcripción que ahora damos es trasunto de un copia manuscrita realizada por don Sebastián Padrón Acosta, sin que podamos precisar la procedencia de la misma.
A la figura de Aurelio Pérez Zamora [Puerto de la Cruz, 1828-Santa Cruz de Tenerife, 1918], dedicaremos un estudio en fecha próxima.
[4] La grafía del apellido Bettencourt, originario de Normandía, se ha visto modificada caprichosamente en nuestro archipiélago con el paso de los siglos y ha dado como resultado que se le encuentre escrito de formas diversas, tales como: Béthencourt, Betancort, Betancor, Betancurt o Betancourt. La rama de la familia a la que pertenecía don Agustín optó por escribirlo de esta última manera. En carta de Alfonso de Betancourt a su primo José de Bethencourt Castro y Lugo, le especifica: Firmo con mi nombre como lo hacía mi padre, pero convengo es más regular escribirlo como tu, Bethencourt. Sin que sepamos bien porqué, algunos miembros de la estirpe insular del ingeniero comenzaron a utilizar una forma primitiva de la grafía. Véase Cullen Salazar, Juan: La familia de Agustín de Betancourt y Molina. Correspondencia íntima. Domibari Editores. Consejería de Cultura y Deportes. Gobierno de Canarias. Las Palmas de Gran Canaria, 2008, p. 291.
[5] Rumeu de Armas, Antonio: “Agustín de Betancourt, fundador de la Escuela de Caminos y Canales. Nuevos datos biográficos”. Anuario de Estudios Atlánticos. Número 13. Madrid-Las Palmas, 1967, p. 244.
[6] Cullen Salazar, Juan, op. cit., p.106.
[7] Rumeu de Armas, Antonio, op. cit., pp. 261 y 293.
[8] Barrena, Clemente; Blas, Javier; Matilla, José Manuel; Romero de Tejada, Lola y Villar, José Luis: “Diccionario crítico de grabadores valencianos del siglo xviii”. Coordinación a cargo de Antonio Correa. En Fernando Selma. El grabado al servicio de la Cultura Ilustrada. Fundación La Caixa. Madrid, 1993.


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