martes, 4 de febrero de 2014

Media Vida en Tenerife (II). El muelle de Santa Cruz. Primeras impresiones


Capítulo 2.

El muelle de Santa Cruz. Primeras impresiones
por
Carlos Benítez Izquierdo
 

 Joaquín González Espinosa: Embarcadero. Ca. 1930. Col. part. Tenerife
17 de marzo de 1913


         —¿Estamos?, preguntó el patrón de la embarcación.
—¡Estamos! Respondió el timonel.
—¡Pues avante al muelle!  

Anónimo: Mariano de Estanga y Arias-Girón.
Ca. 1915. Col. part. Tenerife
Tras un breve trayecto por la rada, las pequeñas falúas que transportaban a los pasajeros y sus equipajes, llegaron al lugar de desembarco.
A causa de las obras en el dique sur, debidas a su insuficiente capacidad de atraque para el cada vez más abundante tráfico de buques, la Junta de Obras del Puerto ha dispuesto diversas zonas de fondeo —en las aguas de la bahía al abrigo del espigón—, propias para cada tipo de embarcación.
Por todo ello, el barco en el que viajábamos no ha atracado en el muelle —como sería lo natural—, sino que se ha visto obligado a anclar en el lugar destinado a los vapores trasatlánticos, ubicado hacia el centro de las aguas del puerto. Delante de esta área, frente a las playas y astilleros del litoral, fondean las numerosas gabarras carboneras que proporcionan el necesario combustible para los barcos. Junto a nuestra demarcación, se encuentra la de los vapores y veleros de cabotaje insular. Más allá, hacia el fondo de la bahía, las destinadas a pesqueros, buques de guerra, remolcadores, falúas y botes, etc.

El embarcadero de Santa Cruz se conoce popularmente como Los Platillos. Consiste en una serie de escalinatas dispuestas por parejas y de forma opuesta entre sí. Tal vez dicho nombre sea debido a esta colocación de manera contraria, que recuerda a los platillos de las balanzas al ser visto desde el agua. Este lugar ha sido testigo mudo de la llegada de toda clase de personajes más o menos ilustres: desde simples viajeros, hasta políticos, artistas, científicos y un largo etcétera. Entre los bañistas de la cercana playa de Ruiz, o Principal, llegar a nado hasta este punto es una clásica prueba de destreza natatoria.




Joaquín Martí: 
Enrique Wolfson y su hijo Andrés
Ca. 1900. Col. part. Tenerife
Con motivo de la llegada de Su Majestad el Rey don Alfonso xiii en el año 1906, el Ayuntamiento colocó en Los Platillos un pabellón, diseñado ex profeso para dicha  visita por el arquitecto don Mariano de Estanga, hecho en madera y tejido de lona. Parece que después fue adquirido por don Enrique Wolfson, que lo ha colocado en los jardines del hotel Quisisana, situado en esta capital.
Me contaba don Servando Hernández-Bueno, que en la época de aquella visita real, era aún un mozalbete adscrito a la banda de música de su Güímar natal, de la que era director don Miguel Castillo Alfonso. Con el objeto de participar en los actos organizados, se desplazaron a la capital a fin de cumplimentar a Su Majestad. La banda güimarera se colocó en la calle de Candelaria esquina a la de Imeldo Serís, a esperar el paso de la comitiva regia, que se desplazaba a la iglesia de La Concepción para asistir al consabido Te Deum. Ejecutaron la Marcha de Infantes al pasar éstos. A continuación, divisaron el landó, en el cual viajaba el monarca, e interpretaron la Marcha Real.
Al día siguiente les fue designado como escenario la plaza de Weyler, frente al palacio de Capitanía General, con el fin de saludar a don Alfonso xiii que partía rumbo a La Orotava.
El incómodo alojamiento facilitado a la banda municipal de Güímar, consistió en unas modestas colchonetas militares, colocadas en el salón de plenos del nuevo edificio consistorial, que por entonces se hallaba inconcluso, y que compartieron con los miembros de otras agrupaciones musicales [1].

Apenas terminó de referirme esta anécdota, reparé en un curioso individuo que cantaba la siguiente copla, llevando las manos en los bolsillos mientras paseaba arriba y abajo:
¡Ya Caracas tiene
lo que no tenía,
la pila de mármol
y la monarquía!
Es Blasillo —comentó mi acompañante—, que se encarga de sacar de la mar a los que se ahogan. Siempre canta lo mismo cada vez que está entonado. Una tarde, al reconocer a un antiguo compañero de presidio que desembarcaba de un bote, se dirigió a él en tono zumbón:
—¿A qué vienes a esta tierra? Aquí está todo entre vidrieras… [2].

Anónimo: Desembarco de Su Majestad el Rey Alfonso xiii. 1906. Col. part. Tenerife
Anónimo: Pabellón Real en el Hotel Quisisana. Ca. 1915. Col. part. Tenerife
Retomando nuestra crónica, después de esta pequeña divagación, actualmente se llevan a cabo unas obras de reforma en el embarcadero, debidas al mal estado en el que se encontraba y al aumento del comercio y el tráfico marítimos.
A consecuencia de esta remodelación, ha desaparecido una de las dos grúas allí ubicadas, que servían para la carga y descarga de equipajes y mercancías. La primera de ellas fue instalada en 1821. Cuarenta años más tarde se trajo una segunda de procedencia inglesa. Con el dinero resultante del alquiler de ambas se construyó, en 1868, el primer tinglado para depósito de mercancías [3].
Sin duda, la mayor novedad que se ha aportado en esta reforma, sea la construcción de una marquesina de hierro fundido entre las dos parejas de escalinatas a través de las cuales aportamos los viajeros. Se trata de una suerte de pabellón con tejado a cuatro aguas sustentado sobre ocho columnas, todo ello realizado en el mismo material por la casa  Juan Miró y Compañía, de Sevilla. Su construcción está ya muy avanzada y pretende inaugurarse el próximo mes de abril [4].

Joaquín González Espinosa: Marquesina y Farola. Ca. 1920. Col. part. Tenerife


Anónimo: Cipriano de Arribas y Sánchez
Ca. 1890. Col. part. Tenerife

Al poner los pies por primera vez en Santa Cruz, no pude sino dar por ciertas las palabras de don Cipriano de Arribas sobre esta zona, al afirmar que la animación que reina en su muelle nos recuerda la de los grandes puertos europeos. Continuamente embarcan y desembarcan pasajeros los botes que a este exclusivo tráfico se dedican [5]. En efecto, por allí pululaba una multitud de personas de toda edad y condición: viajeros, pescadores, cambulloneros, estibadores, marineros, militares, albañiles y toda clase de gentes relacionadas en mayor o menor medida con la mar. Además, sobre el mismo, se encuentran grandes cantidades de mercaderías de todo género, prestas para su embarque o desembarque en los navíos de todas las naciones que tocan este pedazo de nuestra patria. El cuadro se completa con animales para la carga y transporte, bien sueltos o uncidos a sus correspondientes carros.

Inmediatamente, se acercan a nuestro grupo de viajeros unos individuos, que tras haberse identificado como celadores de Puertos Francos, empezaron a exigirnos la apertura de nuestros baúles. Dio comienzo un espectáculo bochornoso —no sin suscitar protestas por nuestra parte— que no dejaba de tener su tinte pintoresco, al abrir y registrar los equipajes al aire libre y en presencia de una crecida multitud de curiosos. Fue en esta ocasión, cuando hice valer por vez primera mi condición de secretario del Gobierno Civil —sin haber tomado aún posesión del cargo—, al negarme a que el señor Hernández-Bueno y yo recibiésemos un trato tan vejatorio. Enseñar mis credenciales fue un bálsamo de efectos inmediatos, que nos permitió continuar sin mayores contratiempos.

Como ya relatamos en el capítulo anterior, el espigón se encuentra en obras para obtener más metros de atraque. El ingeniero don Prudencio de Guadalfajara —jefe de Obras Públicas—, dirige los trabajos portuarios: ha reformado lo realizado por su colega don José de Paz y Peraza, quien a su vez había sustituido a don Eugenio Suárez Galván, cuyo proyecto está fechado en 1892.
Lo ideado por Guadalfajara data del año 1905 y constituye el cuarto proyecto de ampliación y modificación del puerto: consiste principalmente en prolongar el  dique Sur quinientos cuarenta y cinco metros más allá del punto final previsto por Suárez Galván, y en la remodelación de un dique rompeolas conocido por el muelle Norte [6].

Anónimo: Inauguración de la segunda grúa Titán
1897. Col. part. Tenerife
En la punta del dique Sur, se encuentra la grúa Titán; todo un logro de la ingeniería moderna. Con su aspecto macizo y robusto, se asemeja a una de aquellas bestias antediluvianas cuyos fósiles contemplamos en los museos de Historia Natural. Esta máquina es la segunda de su nombre, y fue importada por la Sociedad Metropolitana de Construcción, contrata encargada de las obras de ampliación de dicho espigón. Llegó a esta ciudad la mañana del cuatro de marzo de 1897 en el vapor Baeden Tower, procedente de Glasgow [7]. Fabricada por empresa Jessips & Appleby Brothers, radicada en Leicester. Tiene un peso —incluyendo los contrapesos— de ciento noventa y cinco toneladas. Posee una altura total cercana a los nueve metros y medio, y un ancho de otros cinco y medio. Su pluma tiene una longitud algo mayor de los doce metros y medio, pudiendo levantar bloques de hasta treinta y cinco toneladas de peso [8]. Fue montada por los señores Campbell y Osborn, comisionados por la empresa constructora para esta labor. La grúa entró en servicio el diez de junio de dicho año [9]. Dejando a un lado la impresión que produce por su envergadura, es indudable su utilidad debido al enorme avance que supone su presencia en las obras.

Maximiliano Lohr Rolle [Fotografía Alemana]: 
Reproducción fotográfica de un retrato de 
Pedro Maffiotte Arocha. Ca. 1890.
Biblioteca Municipal de Santa Cruz de Tenerife


El material de construcción que se emplea en estos trabajos a los que nos referimos consiste en prismas artificiales, que se fabrican a pie de obra y se colocan con la ayuda de la grúa. En 1846, se tuvo conocimiento de esta técnica —entonces novedosa— gracias a la feliz casualidad de arribar a esta isla una expedición científica francesa, que proporcionó la noticia de su empleo en el puerto de Argel. La Junta de Comercio de Santa Cruz, a cargo entonces del cuidado del muelle, envió a su costa a don Pedro Maffiote Arocha a aquella ciudad norteafricana y a otros puertos de Francia, que utilizaban este mismo procedimiento, para que lo estudiase con el fin de saber si podía ser útil en Tenerife. A su regreso, Maffiote puso en práctica este nuevo sistema: el primer prisma artificial fabricado por él, fue arrojado al mar el diez de febrero de 1847 ante un numerosísimo público [10].

Junto al embarcadero, y diseminadas por varios puntos del puerto, se encuentran una serie de casetas de madera con cubiertas a cuatro aguas. Algunas de ellas son propiedad de las diferentes casas navieras, en su mayoría británicas; como Hamilton, Elder Dempster o Miller y Wolfson, esta última también facilita el cambio de divisas; o bien del país, como la de la Compañía de Vapores Correos Interinsulares Canarios. Son dueñas de otras, empresas de embarcaciones para el servicio interior del puerto; como Barrera, Carballo y Compañía o Camacho’s Union —en una de sus embarcaciones hemos venido a tierra—. Algunas pertenecen a sociedades carboneras; como la Teneriffe Coaling Co. o Cory Brothers, también consignataria de buques. Las hay de agentes de aduanas como Abelardo del Sacramento Molowny y hasta de efectos navales y provisiones que es el caso de la de Alfred Williams. En varias, tienen su despacho los exportadores de frutos Andrés Saavedra, Sebastián Cifra y Castro o Ulises Guimerá Castellano. Existen otras que albergan los estancos de tabaquerías, como La Ferrolana o La Corona Española [11]. Finalmente, encontramos la de los aduaneros y las de los recaudadores de Consumos. Estos últimos son empleados municipales que cobran un arbitrio o impuesto que grava las diferentes mercancías que entran por este puerto: aceite, jabón, café, bebidas alcohólicas, carnes, tabaco y un larguísimo etcétera.



Joaquín González Espinosa: Espigón del muelle. Ca. 1920. Col. part. Tenerife
Joaquín González Espinosa: Bahía interior. Ca. 1920. Col. part. Tenerife

Aunque al lector le pudiera parecer abusivo tanto gravamen en los productos que llegan a la isla, dicho concepto no es del todo exacto. Canarias se encuentra bajo el amparo de la ley de Puertos Francos, aprobada en 1822, cuyo reglamento de administración autonómica entró en vigor en 1856, bajo el ministerio de Bravo Murillo. La norma fue concebida como un instrumento de desarrollo para el archipiélago y ha dado parcialmente sus frutos: no ha enriquecido a las islas porque sólo atiende a los intereses del puerto, pero es por este lugar por donde únicamente entra la riqueza en esta región. La filosofía de los Puertos Francos, se puede resumir en tres apartados básicos: exención fiscal para las mercancías importadas del extranjero; arancel de excepciones a esta regla, con la implantación de arbitrios de puerto franco, nunca superiores a los que se pagarían en la Península y, finalmente, la supresión en las islas del régimen español de monopolios.
Con todo esto se han conseguido unos objetivos importantes: por una parte, el asegurar el abastecimiento de una zona aislada que consume más de lo que produce; y por otra, abaratar el coste de la vida incluso para los menos pudientes. No obstante todo ello, debemos observar algunos efectos negativos de esta ley: en primer lugar, al surtir efectos por medio de la actividad portuaria, la riqueza se concentra en torno a las zonas más próximas al muelle y decrece a medida que nos alejamos de él. En segundo, al suprimir el monopolio madrileño se ha creado de hecho —que no de derecho— uno de tipo regional. Así, Canarias ha llegado a ser —en palabras de don Carlos Pizarroso— un régimen aduanero disfrazado, en el que los arbitrios insulares se han multiplicado de forma notable [12].

El muelle es además, desde tiempos remotos, escenario de difusión de las noticias de actualidad. Ostenta, desde el punto de vista político y social, el papel de Plaza Mayor o mentidero. El dique Sur, posee en lo alto una especie de avenida o malecón, muy frecuentado por los santacruceros de todas las edades; bien como lugar de paseo y esparcimiento, o para otras prácticas como la pesca. Es a la caída de la tarde, cuando este lugar se nos presenta más concurrido. Con motivo de la llegada de algún personaje ilustre, de un embarque o partida de tropas, del arribo de un navío de importancia o, simplemente, cualquier acto que rompa la rutina habitual; este espacio se convierte en privilegiado lugar de observación y es por ello que se encuentra abarrotado de público en semejantes ocasiones.
 Joaquín González Espinosa: Entrada al Muelle. Ca. 1920. Col. part. Tenerife
Junto a este paseo, justo donde el dique forma un ángulo o quiebro muy próximo a Los Platillos, se encuentra la llamada Farola del mar. Este tipo de señal marítima se diferencia de los faros por su menor potencia lumínica y por situarse generalmente en los espigones de entrada a puertos, escolleras próximas a la costa, etc. La que ahora nos ocupa, tiene un cuerpo de madera de sección hexagonal, al que sigue otro en forma de octógono, donde se sitúa la linterna que alberga la óptica. Este segundo cuerpo se halla rodeado por un pequeño balconcillo circular. La techumbre, consiste en una cubierta semiesférica de cobre, rematada por un pararrayos con veleta. La farola en sí, tiene una altura de seis metros y medio, pero su foco se eleva casi diez sobre el nivel del mar, por estar colocada en lo alto del dique.
Construida por Henry Leapaute, llegó a Tenerife en mayo de 1862, procedente de París. Se encendió por primera vez la última noche del siguiente año. Fue la segunda señal luminosa que entró en funcionamiento en Canarias. La primera lo hizo dos años antes, y era la baliza del final del muelle Sur, de la que hablamos en la entrega anterior.
Está considerada dentro de las señales luminosas de sexto orden, su luz es blanca fija y tiene un alcance de nueve millas náuticas [13]. En origen, el combustible era aceite vegetal. Más tarde se la dotó de una lámpara de petróleo y de otras especiales con diversas mechas que emitían un haz fijo. Finalmente, con la llegada de la electricidad a finales del pasado siglo, pasó a ser ésta la actual fuente de alimentación del faro.


Joaquín González Espinosa: Muelle. Ca. 1920. Col. part. Tenerife
 Joaquín González Espinosa: Muelle. Ca. 1920. Col. part. Tenerife
Como ya apuntamos, gran parte de la superficie del muelle se encuentra literalmente atestada de mercancía, lista para la carga o descarga en los barcos que se hallan atracados aquí. El panorama es de perfecto agobio, e incluso caótico: altas torres de fardos, sacos, cajas o huacales que en muchos casos no se explica ni cómo se han podido edificar o de qué manera se van a deshacer. El dique Sur tampoco dispone de grandes espacios por su estrechez. El que existe, hay que dividirlo entre diversas zonas: de maniobra para carga y descarga, la de paso de carruajes y la de depósito de mercancías más o menos permanentes, que utilizan algunos cargadores y consignatarios que no disponen de almacenes propios. Algo se ha ganado al trasladar las carboneras a las playas cercanas, y al haber ampliado el primer tramo del muelle, pero la superficie sigue siendo insuficiente. Los carros y camiones acostumbran a actuar según el buen criterio de su conductor y todo en medio de gritos, acaloradas discusiones y una absurda ineficacia [14].


Joaquín González Espinosa: El Puerto. Ca. 1920. Col. part. Tenerife
Los obreros o estibadores portuarios, se dividen en dos grandes grupos, que vienen denominados por los artículos con los cuales trabajan: los de la carga negra, que acarrean carbón y los de la blanca, que transportan el resto de mercancías. El jornal de los primeros es más alto debido al duro trabajo que desempeñan que, además de sucio, es nocivo para la salud. El turno para trabajar en las faenas del carboneo es muy riguroso. Permanecen a la espera de ir a bordo, con el hatillo de la ropa de trabajo preparada para recibir el negro polvillo. Regresan en un estado lastimoso, y a falta de agua a presión en sus casas —la mayoría son vecinos de los populares barrios de Los Llanos y El Cabo—, se sumergen en la bahía para su aseo personal, quedando bastante limpios [15].

Tal vez uno de los estibadores más célebres de la carga blanca sea Luis Siverio, apodado El francés, a causa de haber navegado durante años en un carguero de dicha nacionalidad y conocer el idioma galo. En su mocedad trabajó de cargador, de forma honrada y seria en sus tratos, hasta que tuvo la desgracia de caer en el alcoholismo.
Aquello fue su perdición, porque empezó a aborrecer a los guardias municipales. Según este individuo, las iniciales GM que aquellos portaban en el cuello del uniforme, significan guardia malo. Los de Orden Público —bajo la jefatura del gobernador civil— llevan las de OP, y Luis el francés explica que quieren decir otro peor.
De este modo, cada vez que nuestro personaje se embriaga y ve a un agente de la autoridad, la emprende con él a puñetazos. Bien es verdad que los policías tampoco lo aprecian mucho: las numerosas veces que ingresa en la cárcel municipal, los guardias le propinan abundantes golpes y cintarazos, que no hacen sino aumentar el odio, por parte de este hombre, hacia ellos [16].
Otra particularidad suya, consistía en que cuando llegaba al estado de ebriedad, se dirigía hacia la imprenta de don Anselmo J. Benítez para adquirir el Almanaque de las Islas Canarias, que allí se editaba. Imagínese el lector los centenares de calendarios que debió acumular en su domicilio [17].

Al amparo del negocio carbonero en el muelle, ha surgido el oficio del rastrilleo, autorizado por la Comandancia de Marina. Consiste en zambullirse para recoger aquellos trozos de carbón que caen al fondo del mar durante las operaciones de carga y descarga de dicho producto. Las buenas gentes que esto practican, venden el fruto de su recolección a la fábrica de gas, situada en el barrio de Los Llanos, ganando así unas monedas para su humilde sustento.

Me contó don Servando una anécdota referente a dos personajes populares que cierta vez practicaron esta actividad: se trataba de dos hermanos —Juan y David— pertenecientes a una familia apodada Los Barracos. David, dotado de una fuerza hercúlea, ejerce de peón y recadero por los alrededores del mercado.
Juan ha sido soldado y como tal hizo el servicio militar en Cuba. En una refriega en plena manigua recibió un trastazo en la cabeza, a resultas del cual perdió el juicio: suele encontrársele por la misma zona que su hermano, siempre hablando solo y escenificando supuestos combates con los mambís, dando voces de mando en medio de la calle. Como ha perdido mucha vista, suele golpearse, profiriendo gritos y maldiciones. Inventó un aparato llamado metroscopio con el que pretende obtener un plano de la población.
Pues bien, cierto día se hallaban estos dos sujetos en plena faena de búsqueda del producto fortuitamente desperdiciado: Juan dentro del agua y David sobre el muelle preparado para recoger lo que el otro sacara. Parece que el carbón era abundante por la zona, pero muy menudo y disperso. Juan asomó la cabeza y le dijo a su hermano:
—Davín… ¡si habiera una sereta…! [18].

Mientras departíamos sobre estos asuntos, se acercaron dos jóvenes con un pequeño carrito de madera, con el fin de ofrecerse a llevar nuestros baúles — por una módica cantidad— hasta el lugar indicado. En mi caso, les indiqué el hotel Victoria, lugar donde tenía pensado hospedarme. Don Servando por su parte, declinó mi invitación para almorzar en mi compañía, alegando que aún le restaban cerca de cinco horas de viaje hasta llegar a Güímar, para lo cual tomaría un ómnibus o coche de hora, que le llevaría hasta esa villa.

Joaquín Martí: 
Imeldo Serís-Granier y Blanco, marqués de Villasegura
Ca. 1900. Col. part. Tenerife

Continuamos dando un paseo hasta la entrada del muelle, mientras proseguía explicándome con extrema amabilidad y paciencia cuanto veíamos. En la muralla del muelle, junto a grandes carteles redactados en diferentes idiomas que anunciaban lugares de alojamiento y otros comercios de la ciudad, me hizo reparar en uno de los bloques de piedra basáltica que presentaba una rotura, producto sin duda de una bala de cañón. Según la tradición popular, se corresponde con la que hirió en el brazo al vicealmirante Horacio Nelson, durante aquella jornada del 25 de julio de 1797, en su intento de apoderarse de la plaza. Aunque todo esto no es más que pura superchería, constituye el fundamento de leyendas muy arraigadas que le dan sabor a la pequeña historia de esta población. Lo que sí parece muy probable es que el citado balazo date de aquél histórico acontecimiento.

Avanzando por la rampa que va a unirse al nivel superior y la entrada del muelle, observamos ciertas construcciones de importancia, que pasamos a reseñar: en primer lugar, varias casetas de madera de regular tamaño, que albergan negocios a los que ya hemos hecho referencia.

Junto a las mismas, el tinglado de la Sociedad de Tranvías de Tenerife, que en 1868 edificó la Junta de Comercio para depósito de mercancías. Años después, en 1901, fue arrendado por la de Obras del Puerto a dicha Sociedad, de capital belga; que ha trazado una línea férrea que parte desde el propio muelle Sur, hasta llegar a Tacoronte —bella localidad situada al norte de la isla—, pasando por la ciudad de La Laguna. El tranvía fue inaugurado dicho año por don Imeldo Serís-Granier, natural de esta ciudad y senador del Reino por la provincia de Canarias. Este tinglado, tiene previsto utilizarse como cocheras para los vehículos, pero hasta el momento su uso es el de almacén de materiales, de oficinas de la Sociedad arrendataria y en ocasiones depósito de las mercancías que van a transportarse en los vagones [19].
A su lado, la pequeña vivienda del torrero, fabricada en 1873, para servir de alojamiento al encargado de cuidar y mantener la farola del mar.



1.      Carmen Cólogan: Manuel de Cámara y Cruz
Dibujo a tinta. 2008. Col. part. Tenerife


Junto a ella, la Comandancia de Marina y Capitanía del Puerto, al mando de don Bernardo Navarro y Cañizares. Una construcción en ladrillo de estilo neo-árabe, de una sola planta y torreón central, que auxilia a los prácticos en el avistamiento de buques. Fue proyectada por el arquitecto don Manuel de Cámara, que actualmente es presidente de la Junta de Obras del Puerto, y se edificó en 1887. Este inmueble es sede de las oficinas del capitán del puerto y de los prácticos.
Frontera a esta construcción, se halla la sede de la Dirección de Sanidad Marítima, construida en 1865. Alberga las oficinas de dicho organismo, así como un almacén para los enseres de las falúas que se emplean en las visitas a los barcos [20], tras la cual, habiendo comprobado que no existe impedimento sanitario a bordo, se les concede el permiso de atraque.

El conjunto de construcciones de este flanco del muelle, se cierra con la pescadería. Según una placa de cantería colocada en su fachada se alzó en 1865, a expensas de los pescaderos matriculados ese año. Es una obra de arquería hecha con gusto y sencillez a base de piedra traída de Igueste de San Andrés. Su interior presenta gran limpieza y cuenta con una fuente o chorro de agua dulce. Las mesas donde se expone y despacha el género son de mármol blanco [21].La fachada posterior da al mar y posee una galería abierta, por la cual introducen el pescado desde las lanchas con la ayuda de un pequeño pescante [22].
 Unido a este higiénico recinto se yergue el castillo de San Cristóbal, que data del siglo xvi, y que comentaremos en otra ocasión por ser éste el límite del muelle por la parte sur.

En el lado norte del puerto, que da a las aguas de la bahía, justo en frente de todos estos edificios que hemos descrito, existen otros pescantes cuya función consiste en izar y arriar al mar los botes que se encuentran en esta zona.


 Joaquín González Espinosa: Entrada al muelle y almacenes de Ruiz
Ca. 1920. Col. part. Tenerife
No muy lejano a los mismos, junto a la entrada al muelle, se levantan los almacenes de don José Ruiz de Arteaga, comerciante sevillano que se asentó en esta ciudad [23]. Tras su fallecimiento, continúan con el negocio sus señores hijos.
Es una construcción de dos plantas, pero debido al fuerte desnivel que presenta el lugar donde se halla ubicado, una de ellas se sitúa por debajo de la rasante sobre la cual nos encontramos.
Anónimo: José Tarquis de Soria.
Ca. 1865. Col. part. Madrid
    
Fueron erigidos en 1868, bajo la dirección del delineante de Obras Públicas don José Tarquis de Soria. Ha supuesto una novedad en la arquitectura por tener su cimentación sobre columnas de hierro que se sumergen en el agua. Las paredes son de ladrillo cocido y la techumbre tiene forma de azotea. En muy breve espacio de tiempo, tiene previsto efectuarse una ampliación del edificio de cuarenta metros hacia el mar [24]. En el piso superior, al cual se accede por el nivel de la calle, el señor Ruiz estableció un almacén general de provisiones para buques y efectos navales. Este comercio, tiene una hermosa galería o corredor abierto en la fachada que da al mar. Me llamó la atención un buen número de personas —al parecer desocupadas— que se encontraban acodadas a la barandilla o sentados en ese lugar: señalaban hacia los botes varados en la cercana playa, al mismo tiempo que reían y comentaban con voces alegres. Me explicó don Servando, que en las barcas inservibles de la vecina playa de Ruiz, tenían su vivienda una serie de personajes populares: La Pulida, los esposos Chocolate, El Picudo, La Picuda y algunos otros. Todos aquellos individuos del corredor, permanecían allí como meros espectadores de los pleitos y discusiones de los habitantes de la playa: al estar las lanchas unidas, cuando discutía el matrimonio ocupante de una de ellas, el de al lado protestaba poniéndose de pie sobre su desvencijada embarcación. Como el público no ve sino las cabezas y el agitar de los brazos, cobran aquellos una apariencia cómica, semejante a la de las marionetas [25].
En la planta baja de los almacenes, se ha instalado una casa de baños conocida como Los Baños de Ruiz o Las Delicias. Se trata de un salón amplio y bien ventilado, en el que se hallan instalados veintisiete cuartitos: unos destinados a baños de tina y otros a los de mar. En los primeros, se han dispuesto unas piletas de mármol con llaves para agua fría y caliente, a fin de que el usuario pueda regular la temperatura del agua a su voluntad [26].

Anónimo: Alameda y almacenes de Ruiz. Ca. 1890. Col. part. Tenerife
Junto a los almacenes de Ruiz, existe una pequeña edificación que alberga la celaduría de Puertos Francos y unas dependencias del fielato de Consumos, pegadas a la Alameda de Branciforte o del Duque de Santa Elena. En la primera de ambas, se encuentra la oficina subalterna que se encarga de inspeccionar las mercancías introducidas en la isla a través de este puerto.
La entrada al puerto se conoce popularmente por El Boquete. Desde mediados del siglo xviii, se encontraba en este lugar una puerta, consistente en  unas cancelas de madera sustentadas sobre cuatro pilares de ladrillo y cantería, rematados por esferas de piedra. Esta construcción fue demolida en 1863, con el fin de facilitar el tránsito de carruajes y bestias, quedando la zona totalmente allanada, como se encuentra al presente.
En éste lugar abandoné la compañía del señor Hernández-Bueno, él, camino del coche que le ha de llevar a Güímar y yo, rumbo a mi nuevo alojamiento.
Al comentarle acerca de mi recomendación a don Juan Bethencourt, me indica que se encuentra en la actualidad delicado de salud, rogándome además que le transmita saludos, pues tiene amistad con su familia; especialmente de sus tíos Antonio y Nicolás, los cuales han ejercido para don Juan de corresponsales en el envío de informaciones para sus trabajos de antropología.
Nos despedimos de manera muy cordial, no sin antes hacerle prometer una visita en su próximo viaje a Santa Cruz.



[1] Hernández-Bueno, Servando: “Güímar. Remembranzas”. El Día, Santa Cruz de Tenerife, recorte sin fecha.
[2] González, Blas [Marcos Pérez]: Santa Cruz anecdótico. Santa Cruz de Tenerife. Biblioteca canaria del tiempo viejo, Librería Hespérides, s/f.
[3] Ledesma Alonso, José Manuel: “Grúas del puerto de Santa Cruz de Tenerife”. El Día, Santa Cruz de Tenerife, 24 de diciembre de 2011.
[4] Hernández Rodríguez, María Candelaria: La arquitectura del hierro en Tenerife. Santa Cruz de Tenerife, Colegio Oficial de Aparejadores y Arquitectos técnicos. 1989.
[5] Arribas Sánchez, Cipriano: A través de las islas Canarias. Santa Cruz de Tenerife. Ed. A. Delgado Yumar, s/f. Primera edición.
[6] Cioranescu, Alejandro: Historia del Puerto de Santa Cruz de Tenerife. Santa Cruz de Tenerife, Gobierno de Canarias, 1993.
[7] La Opinión. Santa Cruz de Tenerife, 4 de marzo de 1897.
[8] Diario de Tenerife. Santa Cruz de Tenerife,  25 de mayo de 1897.
[9] Diario de Tenerife. Santa Cruz de Tenerife, 10 de junio de 1897.
[10] Cioranescu, Alejandro: Op. cit.
[11] Branle, Georges: Guía comercial de Santa Cruz de Tenerife. Año 1913. Santa Cruz de Tenerife, imprenta de A.J. Benítez.
[12] Cioranescu, Alejandro: Op. cit.
[13] Unos 16,668 km.
[14] Cioranescu, Alejandro: Op. cit.
[15] Borges Salas, Miguel: “Carbón en bruto”. El Día. Santa Cruz de Teerife, 18 de noviembre de 1981
[16] González, Blas [Marcos Pérez]: Op. cit.
[17] Se imprimió entre los años 1869 y 1879, ambos inclusive.
[18] Marti, Antonio: Setenta años (de la vida de un hombre y de un pueblo).Santa Cruz de Tenerife, Imprenta Católica, 1975. Volumen I.
[19] Cedrés Jorge, Rafael: El antiguo tranvía de Tenerife (El tranvía Villasegura). Cabildo Insular de Tenerife, 2013.
[20] Poggi y Borsotto, Felipe Miguel: Guía histórica-descriptiva de Santa Cruz de Tenerife. Santa Cruz de Tenerife, imprenta Isleña, 1881.
[21] Poggi y Borsotto, Felipe Miguel: Op. cit.
[22] Testimonio oral de don Lorenzo Benítez Filpes, 1996 (86, años).
[23] Expropiados por el Ayuntamiento , comienza su derribo el 7 de agosto de 1936.
[24] Hernández Rodríguez, María Candelaria: Op. cit.
[25] González, Blas [Marcos Pérez]: Op. cit.
[26] Poggi y Borsotto, Felipe Miguel: Op. cit.


Joaquín González Espinosa: El Puerto. Ca. 1920. Col. part. Tenerife